El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí
Por Monseñor Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros

Amando hasta dar la vida, Jesús nos ha comunicado su espíritu y nos ha
hecho hijos de Dios ¡Así nos da una vida nueva, plena y eterna! Sólo
necesitamos recibirlo y seguirlo. Imaginemos; si la mujer de Sunem y su esposo
fueron bendecidos por recibir al profeta Eliseo, ¡qué sucederá si recibimos a
Jesús!
¿Cómo se recibe a Jesús? Amándolo y siguiéndolo por el único camino
que hace la vida plena y eterna: el amor. Quien ama a Jesús se une a Dios, que
es amor, y así puede amar a los demás. De lo contrario, más que a las personas,
amará lo que puede obtener de ellas. Y esta clase amor, como dice san Rábano,
no es digno.
Preguntémonos, ¿cómo amamos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los
papás, a los hermanos, a la novia, al novio, a los amigos y a los demás? ¿Los
amamos por lo que son, o por lo que nos dan?
Para amar debemos “conectarnos” a la fuente del amor: Dios, que ha
venido a nosotros en Jesús. Por eso nos dice: “El que no toma su cruz y me
sigue no es digno de mí”.
San Gregorio Magno explica que cargar la cruz significa dominar
nuestra carne y compadecernos de las necesidades del prójimo. “Seguir a Jesús
–señala el Papa Francisco– comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el
bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio”.
Lo que Jesús nos ofrece no tiene precio ¡Nada se le puede comparar!
Por eso vale la pena sacrificar todo lo que es transitorio para alcanzar lo que
él nos da: una vida plena en casa, la escuela, el trabajo y la sociedad; la
clave para vivir con libertad, justicia y paz, alcanzar un desarrollo integral
que no excluya a nadie, y llegar a la eternidad.
Elijamos lo correcto: alabar a Dios y caminar a su luz. Así seremos
felices por siempre. No tengamos miedo a las penas y problemas, porque él
siempre será nuestro escudo y nuestra fortaleza ¡A echarle ganas!
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