La piedra que desecharon resultó ser la piedra angular
Por Eugenio LIRA RUGARCÍA
Obispo de Matamoros

A veces nos pasa lo mismo; habiendo salido de Dios, de quien lo hemos
recibido todo, queremos construir nuestra existencia personal, familiar y
social sin él, que nos ama y que ha hecho todo por nosotros. Él nos creó a
imagen suya. Y aunque desconfiamos de él y pecamos, con lo que abrimos las
puertas del mundo al mal y la muerte, nos envió a los profetas y, como dice san
Hilario, nos regaló la torre de los Mandamientos que llevan al cielo, hasta
llegar al extremo de enviar a su propio Hijo para salvarnos, convocarnos en su
Iglesia, darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, ¡partícipes de su vida por
siempre feliz!
Por eso, puede preguntarnos: ¿Qué más podía hacer por ustedes? ¿Qué
más podía hacer por ti?. Sin embargo, muchas veces lo hemos rechazado,
sintiéndonos, como señala el Papa, fuertes y autónomos. Pero en realidad,
salimos perdiendo. Porque entonces tarde o temprano todo se derrumba. La
soledad, el sinsentido y la desesperanza comienzan a invadirnos. En casa
empieza a faltar lo esencial: el amor.
En nombre de lo útil y práctico, comenzamos a “construir” ciencia sin
conciencia, tecnología sin ética, economía sin responsabilidad social, arte sin
estética, legalidad sin justicia, comunicación sin verdad, trabajo sin
trascendencia, estudio sin conocimiento profundo, familia sin bases, matrimonio
sin esfuerzo, noviazgo sin respeto, amistades sin lealtad. Así, terminamos
provocando soledad, injustica, corrupción, pobreza, violencia y muerte. Porque
como decía Donoso Cortés: “la sociedad que vuelve la espalda a Dios, ve
ennegrecerse de súbito, con aterradora oscuridad, todos sus horizontes”.
Jesús no quiere eso para nosotros. Por eso, a través de una parábola,
nos recuerda dos cosas: que Dios es el dueño de la viña, es decir, de todo
cuanto existe, y que él, Cristo, es la piedra fundamental para edificar y dar
fruto verdadero. Comprendiéndolo, reconozcamos nuestro error, roguemos a Dios
que venga a nosotros y nos restaure, comprometiéndonos a poner de nuestra
parte, como enseña san Pablo, todo lo que es virtud. Entonces su paz, que tanto
anhelamos, estará con nosotros. ¡Vale la pena!
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