¿Por qué practico Yoga? (5)
Por Alejandro MARIO FONSECA
CHOLULA.- La tercera
dimensión del Yoga es el Raja Yoga,
conocido popularmente como el Yoga de la meditación. Es el tema con el que Patanjali inicia el tercer capítulo de
sus Yoga Sutras.

Ahora puedes desarrollar la capacidad de enfocar la mente en un
objeto. Primero orientaste al cuerpo y encauzaste la energía vital, ahora vas a
encauzar la consciencia, hay que dirigirla hacia una meta, y esa meta es la
concentración, dharana: fijar la
consciencia en un punto.
Cuando la consciencia está enfocada en un punto, cesan los
pensamientos, porque los pensamientos solo tienen la posibilidad de existir
cuando la consciencia fluctúa.
Cuando la consciencia salta de una cosa a otra todo el tiempo, como un
mono, hay muchos pensamientos, y la mente está habitada por una multitud, es
como un mercado.
Ahora, después de pranayama,
y de pratyahara, existe la
posibilidad de concéntrate en un punto.
En dharana puedes enfocar la
mente en un punto; en dhyana (la séptima disciplina), puedes abandonar
ese punto también, porque estás totalmente centrado, no vas a ninguna parte.
¿Qué es la
meditación?
Dhyana es subjetividad pura,
contemplación…, no la contemplación de algo. Dhyana es meditación: no queda nada, lo has abandonado todo, te
hayas en un estado de percepción consciente.
El fin natural de la práctica
del Yoga es Dhyana, la paz y el
equilibrio auténticos. El fin espiritual es Samadhi
(absorción).
En el Sutra III.4: Cuando concentración (fijar la consciencia en un
punto o zona), meditación (flujo regular y continuo de atención con percepción
consciente, de principio a fin) y absorción (fusión del practicante y el objeto
de meditación); se tornan uno, constituyen samyama
(integración).
Así, la luz de la sabiduría y la visión interior llegan a través de la
integración de los sentidos sutiles: inteligencia, ego y consciencia [Y S
III.5].
El practicante debe desarrollar la capacidad de recuperar la atención
una y otra vez, cuando la pierde, mediante la restricción de la consciencia [Y
S III.9]. Ese es el “duro” trabajo del practicante de Yoga.
Entre los pensamientos emergentes y su restricción, fluye una
corriente de tranquilidad [Y S III.10]. La alternancia de la atención tiene
lugar entre un punto y muchos puntos o viceversa. Controlar esta oscilación,
conduce hacia la absorción [Y S III.11].
El practicante debe seguir así, con perseverancia, hasta que logre
mantener la atención total sin interrupción [Y S III.12]; entonces, las
transformaciones se van sumando con el cultivo de la consciencia desde el
estado potencial presente hasta un desarrollo de especial relevancia, para
luego alcanzar su esencia, el estado real del Sí-mismo [Y S III.13].
Los famosos poderes
extraordinarios
Como puede verse, en estos sutras, del III.4 al III.13, Patanjali nos
ofrece toda una lección concisa y precisa de cómo meditar.
Cuando existe una sincronización absoluta de pensamiento y acción, el
practicante se libera de las limitaciones materiales de tiempo y espacio, y eso
genera poderes extraordinarios.
Patanjali describe esos poderes como vibhutis, que son muchos, y si el practicante es capaz de
experimentar tan sólo uno, es indicativo de que está en el camino correcto.
Algunos de esos “poderes extraordinarios” me parecen sensatos,
consecuencia lógica de la puesta en práctica del paradigma de Patanjali,
concuerdan con las virtudes clásicas desarrolladas por nuestra filosofía
occidental.
Pero algunos, francamente los desafían, y hasta resultan mágicos,
sobrenaturales y ridículos. Ni que decir de la amistad y la compasión, de la
fortaleza y belleza físicas, o de la conquista del hambre y la sed (templanza),
etcétera.
Pero eso de tornarse invisible a voluntad, levitar, penetrar en la
mente de los demás, o caminar sobre el agua: pareciera que Patanjali se sale
del contexto y le resta seriedad a la obra.
El practicante de
Yoga no debe caer en el orgullo ni en la prepotencia
Sin embargo, propongo un esfuerzo de racionalización de lo que se nos
está proponiendo, además de tomar en cuenta el estilo metafórico de los
clásicos del yoga; es decir, intentar comprenderlo desde la perspectiva del
pensamiento occidental moderno.
Podemos decir que no se trata de que el practicante avanzado pueda
volar, sino que siempre está más ligero que el común de la gente; o que se
puede “tornar invisible” y hasta “penetrar en la mente de los demás”, debido a
que la práctica del yoga lo vuelve tan tranquilo que los demás no notan su
presencia; o tan buen observador que se convierte en un psicólogo natural, que
tan sólo con observar a los demás, sabe lo que están pensando; etcétera.
Además, ubicado a Patanjali en su época y haciendo un esfuerzo serio
por entender su intención didáctica, las cosas se aclaran: lo que nos está
diciendo es que el practicante de Yoga no debe caer en el orgullo ni en la
prepotencia.
El Yoga nos ofrece una metodología muy poderosa para el desarrollo
humano y si cae en manos de líderes enfermos, ambiciosos, corruptos, puede
tornarse en un arma peligrosa.
Por eso es que nuestro autor
nos advierte de los peligros, exagerándolos, y nos propone renunciar a ellos,
de manera que puedan abrírsenos las puertas de la beatitud.
El consejo clave es desarrollar el no apego, para destruir el orgullo.
En suma, la obra es cíclica, hay que regresar a la práctica de yama y niyama, su observancia garantiza
que el practicante no se deje atrapar por esos “poderes”, ni que los utilice
indebidamente. [Y S III.52-56].
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