Los desastres: área
de oportunidad
Por Alejandro MARIO FONSECA

Estamos pasando por épocas
difíciles y dolorosas, Los retos que avizoramos son imponentes; pero necesitamos
abordar la superación de estos retos con vigor, con imaginación, con talento.
Y para ello es
imprescindible la renovación moral de la sociedad Una sociedad que tolera, que
permite la generalización de conductas inmorales o corruptas, es una sociedad
que se debilita, es una sociedad que decae.
Y, desde luego acepto: la corrupción en el sector gubernamental es la forma más intolerable de inmoralidad social.
Lo hemos expuesto ante la nación
en esta forma: la renovación moral debe ser un compromiso de todos y cada uno
de los mexicanos, de todos y cada uno de los sectores y de los gremios; pero
hemos de saber tomar, en el gobierno de la República, nuestros propios
compromisos y nuestras propias obligaciones.
La doctrina del Shock
a la mexicana
Demagogia pura, falsas promesas que buscaban recuperar la
confianza pérdida después del abuso y despilfarro de los recursos del boom
petrolero durante los gobiernos de Echeverría y de López Portillo. La
corrupción en grande estaba desatada, la “renovación moral” era urgente.
Nada pasó, los sismos, la naturaleza, le pusieron la mesa a Salinas de
Gortari (que entonces era el principal cerebro del gobierno de De la Madrid),
que aprovecharía el shock; y así, valiéndose de la confusión, del trauma,
bajaría los aranceles a las importaciones: se iniciaba el cambio de modelo
económico.
Con la coartada de la modernización, de la globalización y sus
bondades, México ya con Salinas de presidente, ingresó al neoliberalismo, al
capitalismo salvaje. La corrupción y la impunidad se acentuaron. Después con
Zedillo vino la crisis de los tesobonos, la famosa “crisis del tequila”.
La transición salió muy cara, muchos empresarios quebraron, surgieron
nuevos multimillonarios, la pobreza se generalizó. El incipiente bienestar social
producto de tres décadas de “desarrollo estabilizador” se vino abajo: el
sindicalismo fue cooptado, la educación y la salud se pauperizaron.
Le cuento todo esto, amable lector, porque ahora que la naturaleza se
ensaña nuevamente contra los mexicanos, pareciera que la historia se repite.
¿La tragedia salvará nuevamente a la plutocracia del PRI gobierno? ¿Aprovechará
la clase política los desastres para reivindicar sus abominables políticas, su
corrupción e impunidad acendradas?
México y la crisis
del tequila
Ya he comentado en esta columna el texto La doctrina del Shock (el
auge del capitalismo del desastre), de Naomi Klein. Esta valiente
periodista ha viajado por el mundo investigando casos de desastres políticos,
naturales, bélicos y económicos.
Lo que Klein demuestra, es que, tras los desastres, las poblaciones
civiles diezmadas se ven sometidas a la voracidad despiadada del capital
financiero internacional y de las grandes empresas multinacionales, aliadas con
los gobiernos locales.
En México se trató de la
herencia que le dejó Salinas a Zedillo. El abrupto cambio de modelo económico
que bautizó como “modernización”, se tradujo en el Tratado de Libre Comercio,
en un cúmulo de privatizaciones y en el inicio de la corrupción desenfrenada.
En 1994 México sufrió una
depresión mayúscula, la famosa crisis de los tesobonos. Según datos de la
revista Forbes, del rescate se
generaron 23 nuevos milmillonarios (en dólares).
La crisis y la posterior ayuda
estadunidense también abrieron a México a una participación sin precedentes del
capital extranjero: en 1990 sólo uno de los bancos mexicanos era propiedad
extranjera, pero en 2000, 24 de 30 bancos del país estaban ya en manos
foráneas.
México ya no es el mismo
Después del salinato el
desmantelamiento del “Estado de Bienestar” a la mexicana continuó con los
panistas Fox y Calderón, y después con Peña, se profundizó. Sin embargo, México
ya no es el mismo, porque ahora todo se sabe.
Es curioso, pero lo que estamos viviendo hoy es una situación a la inversa.
Los desastres están llegando después de la profundización de las políticas
neoliberales.
El gobierno de Peña Nieto pactó
con la oposición panista y perredista para implementar las reformas
“pendientes” que habían quedado estancadas durante los gobiernos panistas.
Después vinieron los desastres.
La única excepción fueron los morenistas, encabezados por Andrés
Manuel López Obrador, quien desde el principio del gobierno de Peña Nieto nos
advirtió sobre lo que se venía.
No fuimos pocos los que le creímos,
sin embargo, muchos hartos de la corrupción desenfrenada, de la impunidad, de
la violencia y la inseguridad, le apostaron a la posibilidad de un gobierno
fuerte, que restableciera el orden y reencauzara la economía: las promesas de
Peña apoyado por Televisa.
Nada de esto pasó, al contrario, todavía vendría lo peor. A la par de
la gran estafa (la reforma energética) y de la gran farsa (la reforma
educativa, la de telecomunicaciones, la hacendaria y demás) vendrían los
mayores escándalos de corrupción de toda nuestra historia.
Los desastres como
área de oportunidad para el poder ciudadano
La antesala de los desastres naturales, de los huracanes y de los
terremotos, es un México devastado por la clase política que está más voraz que
nunca. El abuso, el despilfarro y la corrupción se han acentuado hasta límites
insospechados, por eso es que la ciudadanía ya no confía en sus gobiernos.
México ya no puede estar peor, el descrédito de la clase política ya
es mayúsculo. A donde quiera que van, la gente los insulta, hasta les avientan
cosas, ya muy pocos les creen. Se están viendo obligados a montar farsas cuando
visitan zonas en desastre: farsas que se tornan ridículas y hasta grotescas.
En contraparte la ciudadanía descubre su poder de movilización, de solidaridad.
Sobre todo, los jóvenes, los menores de 30 años en brigadas espontaneas,
trabajando en redes, limpiando, quitando escombros, recolectado, llevando
víveres, lo que se requiera a la zona indicada. Sus instrumentos de trabajo:
sus manos y sus celulares.
Estamos ante la posibilidad de convertir la doctrina del Shock en su
antítesis: la ciudadanía encabezada por los jóvenes actuando en política,
desmantelando las redes de corrupción de la clase política. No suena tan
descabellado ¡ya es tiempo!
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