Jesús cura al ciego de nacimiento
Por Mons. Eugenio LIRA RUGARCÍA

Ciertamente Gómez había nacido con el talento, pero no lo había
descubierto hasta que se le abrieron los ojos al mirar las pinturas en el
Museo. A nosotros nos pasa igual; tenemos una grandeza que no desarrollamos por
no mirar al Modelo del que hemos salido y al que estamos llamados a alcanzar:
Jesús.
Esta era la situación del ciego del Evangelio, que representa a la
humanidad cegada por el pecado, que no nos deja vernos a nosotros mismos, a los
demás y al mundo como son en realidad, haciéndonos vulnerables a la
manipulación de quienes nos imponen formas de pensar, de hablar y de actuar,
ofreciéndonos la “limosna” de una alegría superficial, incompleta y fugaz.
Pero Jesús, luz del mundo, que se fija en los corazones, se nos
acerca. Y como hizo con el ciego, pone ante nuestros ojos la verdad: él, que es
el Creador, como afirma Crisóstomo, se hace uno de nosotros para curarnos del
pecado y mostrarnos lo que podemos llegar a ser: hijos de Dios, partícipes de
su vida plena y feliz por siempre.
Sólo nos pide que recibamos libremente al Espíritu Santo, que es el
Amor. El ciego lo hizo, y entonces pudo verlo todo con claridad: su grandeza y
su identidad; la dignidad y los derechos de los demás; su responsabilidad ante
la creación y el sentido de la vida ¡Alcanzó la libertad en la verdad!
Su transformación fue tal que la gente se preguntaba si era el mismo.
Algunos trataron de confundirlo para seguir manipulándolo. También hoy muchos
tratan de desorientarnos para hacernos desconfiar de Jesús y de su Iglesia, y
así someternos a sus propios intereses.
Pero aquel hombre no se dejó engañar. Como él, conservemos nuestra
identidad cristiana, viviendo con bondad, santidad y verdad. No tengamos miedo
de ser expulsados de la masa que vive sometida, ya que Cristo, el pastor con
quien nada nos falta, nos recibirá.
Él, que como decía san Juan Pablo II, es capaz de cambiar “las
mentalidades y las situaciones sociales, políticas y económicas dominadas por
el pecado”, “nos espera siempre –como recuerda el Papa Francisco– para hacer
que veamos mejor”. Que Nuestra Madre, Refugio de pecadores, nos ayude a darnos
la oportunidad de decirle: “Creo, Señor”.
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