Fascismo, lucha de clases
Por Edmundo TLACUILO ALMAZÁN
CHOLULA.- Entre nosotros es
frecuente calificar a un oponente, rival, o enemigo, sea quien sea, de
“fascista”, es decir de émulo de Hitler. Se hace tal abuso del calificativo que
ha acabado por perder toda eficacia, tanto para el público como para él o los
destinatarios de la injuria, y se ha vuelto necesario, por eso ahondar en él
para devolverle algo del contenido que ha perdido.
En este orden de ideas, lo primero que hay que precisar es que el
fascismo, visto como u na ideología y un régimen político que se caracterizaron
por su ruptura radical con los “valores” de la civilización cristiana
occidental y su consiguiente sangre fría para cometer los más horrendos
crímenes de lesa humanidad, el mayor de los cuales no fue como muchos creen, el
genocidio de judíos y otras “razas inferiores”, no es algo aislado y único en
la historia.
Bastaría, para convencerse de esto, investigar mejoro que pasó, por
ejemplo, durante el periodo esclavista de la sociedad, sobre todo en su fase
más desarrollada, es decir, tal como funcionó en Grecia y Roma, ¿Sabemos acaso,
con exactitud, cuántos miles de esclavos murieron en las minas de plata y oro?
¿Cuántos en las guerras emprendidas por los señores esclavistas? ¿Cuántos en
las distintas rebeliones que intentaron en busca de su liberación? Si lo
supiéramos, nos quedaríamos pasmados por su número y por la indiferencia con
que los “cultos” esclavistas griegos miraban morir de hambre, trabajo excesivo
y malos tratos, a miles de hombres y mujeres para satisfacer su sed de riqueza.
Recordemos que, según varios estudiosos, la derrota de Espartaco, y su
ejército de esclavos fue sellada por los romanos victoriosos crucificado a
cinco mil de ellos a todo lo largo de la vía Apia. ¿Y qué decir de la piadosa
edad media? ¿Cuántos hugonotes fueron masacrados en la terrible noche de San
Bartolomé? ¿Cuántos hombres, mujeres y niños cristianos y musulmanes, perdieron
la vida durante las cruzadas? Un historiador católico de las mismas, calcula en
más de medio millón el número de “soldados de la cruz” y de “peregrinos de
occidente”, muertos solo en la primera cruzada, sin contar las bajas causadas a
los “enemigos de Cristo”. Este mismo historiador dice que al entrar el ejército
cristiano victorioso en la ciudad santa de Jerusalén, con el piadoso Godofredo
de Bouillón al frente, la matanza de “infieles” fue de tal magnitud que la
sangre de las víctimas, acumulada en la plaza de la Mezquita de Omar, alcanzaba
hasta el bocado de los caballos.
¿Se han contado acaso las víctimas por la “guerra de los 100 años” ?,
o por la de los “treinta años”, o las causadas por los colonizadores ingleses,
holandeses, portugueses, franceses y españoles, entre las razas nativas que
ellos calificaban, igual que Hitler, como “razas inferiores” en América, África
Asia?
No es necesario seguir buscando ejemplos, lo que trato de probar es
que el nazi-fascismo no salió de la nada, ni fue fruto de la mente perversa de
un loco y que no es tampoco, un fenómeno inusitado, sin antecedentes ni
consecuencias en la historia humana. Los ejemplos que he dado y muchos más que
pueden aportarse prueban que la crueldad brutal de Hitler, su doctrina sobre la
superioridad de la raza aria, y por tanto, su derecho a adueñarse del gobierno
y de los recursos del planeta entero, tiene su antecedente y un profundo
parentesco con todas las guerras de conquista ocurridas antes de él, incluso en
lo que respecta a la “ruptura” con los valores de la civilización y del
humanismo y al desprecio por las “razas inferiores”.
Estos hechos espeluznantes, muchos de los cuales hemos olvidado
convenientemente, tienen una sola raíz y una matriz común, el irrefrenable
deseo de dominio de unos pocos sobre la gran mayoría de las masas populares con
el fin de aprovechar su capacidad de producir riqueza material para beneficio
de sus dominadores.
Y este deseo de dominación tampoco es congénito en el hombre ni nació
de las cabezas de algunos ambiciosos, es una necesidad ineludible impuesta por
la división de la sociedad en poseedores y desposeídos, división que al
concentrar todos los medios para producir riqueza en manos de muy pocos, vuelve
materialmente impasible que sean estos pocos quienes manejen este gran arsenal
de medios productivos, se vuelve indispensable emplear para ella a las mayorías
desposeídas, las cuales son obligadas a trabajar para enriquecer a otros
mientras ellos consiguen apenas lo indispensable para sobrevivir, como tal
“reparto de tareas” y de la riqueza es absolutamente inequitativo, solo puede
implantarse y mantenerse mediante el uso de la fuerza.
De aquí nace la teoría del “poder político” y del “Estado” como su
necesaria materialización y de ambos la necesidad de someter a las mayorías al
poder de la Ley y del Estado., pero la dominación de los pueblos por la pura
fuerza es costosa y precaria, se hace necesaria la ideología, esto es, una
especie de sublimación de los rudos intereses económicos y políticos en la
cabeza de las clases dominantes y de las “intelectuales” identificadas
consciente o inconscientemente, con ellas.
De aquí nacen todas las ciencias, la técnica y la cultura de la
sociedad, razón por la cual todas ellas, incluso las más apolíticas” como las
matemáticas o las ciencias naturales, buscan reforzar el dominio “económico,
político e ideológico) de la clase poderosa y las cadenas de los oprimidos
mediante el adormecimiento u obnubilación de su conciencia. Por eso también
estas ciencias, estas ideas filosóficas, política y culturales, no admiten
nunca la crítica verdadera, no aceptan que se les siente en el banquillo de los
acusados por sus víctimas.
A éstas, por el contrario se les exige que renuncien a pensar, a
discutir por su cuenta, hacer uso de su intelecto y del raciocinio para aceptar
o rechazar a quienes se atreven a dudar, a los que tratan de pensar por su
cuenta, a los que ensayan otros caminos distintos para la sociedad de inmediato
se les tacha de “herejes”, “agitadores”, “revoltosos” y de ser “un peligro”
para la “paz social”, los defensores del sistema sea por convicción o por
intereses, acaban convirtiéndose en partidarios del irracionalismo, es decir,
acaban declarando, como los lideres fascistas: ¡”Muera la , muera la
inteligencia”, muera la crítica, muera el pensamiento libre, y vivan la obediencia
ciega y el servilismo!
Por eso el fascismo, dije y digo, no es un asunto personal, su poder
destructor no reside en un “loco” como Hitler, sino en las fuerzas económicas,
políticas y militares que la sostienen y por eso afirmo que el representante
del fascismo norteamericano no es Trump, sino los grandes monopolios industriales y comerciales
y los gigantescos trusts bancarios de Wall Street.
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