Trump: el
capitalismo depredador en crisis
Por
Alejandro Mario Fonseca
CHOLULA.- La reforma energética
impulsada por el presidente Peña Nieto hace 4 años fue la más controvertida de
todo el paquete “modernizador”. ¿Por qué? Por razones históricas, por que
tocaba una de las fibras más sensibles de la ideología de la Revolución
mexicana: el nacionalismo.
Son casi 80
años los que van de 1938, el año de la expropiación petrolera al día de hoy. Y
los mexicanos parecemos no darnos cuenta de que el petróleo está dejando de ser
la energía que mueve al mundo.
El cardenismo: la
última gran oleada de la Revolución Mexicana
Confieso que
yo fui uno entre muchos millones de mexicanos que nos indignamos ante el revés
histórico que significó la reforma energética de Peña. Y es que para los que
nos preocupamos por conocer un poco nuestra historia, la reforma significaba
claudicar a nuestros valores nacionalistas más sentidos.
Como si el
petróleo hubiera sido durante estos 80 años uno de los motores del desarrollo
nacional. Y bueno, la verdad es que si lo fue, pero a medias. Desde el
cardenismo los sucesivos gobiernos pudieron contar con recursos crecientes para
invertir en escuelas, hospitales y en infraestructura.
Pero también
es cierto que la paraestatal Pemex se convirtió casi desde el principio en la
“gallina de los huevos de oro” de la que abusaron los políticos, los gerentes
administrativos y los líderes sindicales.
Insisto, yo
soy de los que me opuse a la reforma energética. El principal argumento que nos
movía era moral: en lugar de privatizarse la paraestatal debía reformarse para
seguir siendo el principal motor del desarrollo nacional.
Al contar ya
nuestro país con recursos humanos especializados para un relanzamiento de
Petróleos Mexicanos, lo que se requería era desmantelar la corrupción
administrativa y sindical. Vaya sueño guajiro. ¿Quién lo iba a hacer? ¿El
presidente Peña y sus secretarios? ¿El Peje?
De todo este
sainete, por lo menos ya nos dimos cuenta de algo: de que el problema de fondo
es de corrupción e impunidad. Y con esto no quiero decir que “la corrupción
somos todos”, no, sino que está muy generalizada y corroe los más altos niveles
de los tres órdenes de gobierno.
El modelo de
industrialización centralista está tocando fondo
Pero lo que
sí quiero decir es que son las anteojeras del nacionalismo revolucionario las
que no nos dejan ver con claridad lo que está sucediendo en los países de
industrialización avanzada y cómo nos afecta.
No fue sino
hasta el primer debate Hilary-Trump cuando me di cuenta de que el mundo está
viviendo una Tercera Revolución Industrial que significa desde ya, cambios
dramáticos en todos los órdenes de la vida moderna tal como la conocemos.
La Primera
Revolución Industrial, la clásica fue la que se inició en Inglaterra, Francia y
los Países Bajos. Alrededor de 1750, fue la energía hidráulica la que impulsó
la industrialización. Después vinieron las máquinas (la de vapor y otras) que
transformaron los métodos de producción. Apareció la industria textil, la del
carbón: el comercio y la agricultura se vieron fuertemente revolucionados.
A fines del
siglo XIX vendría la Segunda Revolución Industrial, basada en la conjunción de
la electricidad centralizada, la era del petróleo, el automóvil y la construcción
suburbana. Después de la Segunda Guerra Mundial la industrialización se
expandiría a lo largo y ancho del planeta. Los Estados Unidos se convertirían
en la nación más próspera de la tierra.
El sol sale para
todos: la necesidad de un nuevo paradigma energético
Durante la
última década del siglo XX la revolución de las tecnologías de la información y
la comunicación (TIC) le dio al mundo industrializado ya envejecido, en crisis,
nuevos bríos, mejorando la productividad y la eficiencia: aparecieron nuevas
oportunidades empresariales y nuevos empleos.
Sin embargo
las TIC no pudieron materializar su pleno potencial comunicativo distribuido,
debido a que no son plenamente compatibles con un régimen energético y una
infraestructura comercial de carácter centralizados (verticales).
Un nuevo
paradigma energético es lo que está en el núcleo duro del proyecto de Hilary
Clinton, y es eso lo que los empresarios ignorantes y depredadores encabezados
por Donald Trump no están dispuestos a aceptar.
La nueva comunicación
eléctrica de segunda generación es de naturaleza distribuida y está adaptada
para gestionar formas igualmente de energías distribuidas, es decir renovables
(limpias) y una actividad comercial y empresarial de carácter lateral,
horizontal y democrático. (Continuará)
(Bibliografía:
Rifkin, Jeremy; La tercera Revolución Industrial; Paidós; 2014).
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