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Qué sentido tiene la muerte de Jesús

Written By Unknown on sábado, 12 de abril de 2014 | 17:26

Por Andrés ZACA NAYOTL
Teólogo y Filósofo

CHOLULA.- Los cristianos, al buscar un sentido a la cruz, no se diferencian de cualquier ser humano ante sus propios sufrimientos, los de sus seres queridos o las tragedias de la historia. Buscar sentido no puede llevar a paliar el escándalo de la cruz, la de Jesús y la de los condenados. Explicaciones y sentido son cosas de fe. Los modelos explicativos y soteriológicos no prueban nada; son expresiones de fe esperanzada en la última bondad de Dios y por tanto de la historia.

Un primer paso fue considerar la cruz como el destino de un profeta. Eso explica por qué matan a Jesús, pero no el sentido de esa(s) muerte(s).

Un paso más fue afirmar que estaba predicha en las Escrituras; más aún, que era designio de Dios. Al apelar a Dios decimos que nosotros no le vemos sentido; pero también decimos que a pesar de eso, tenemos esperanza porque el sentido lo ponemos en Dios. No porque el Dios que conocemos nos explique la cruz sino porque la cruz nos revela algo muy íntimo e insospechado de Dios. Si la cruz es designio del Dios bueno, algo de bueno se puede sacar de ella: salvación. Ésta es una afirmación de fe. La pregunta es cómo puede ser eso posible.

Un modelo explicativo es la cruz como sacrificio. El sacrificio humano no entraba en las categorías judías. Los judíos sacrificaban sólo animales. El sacrificio era por eso siempre sustitutivo, simbólico, ritual. El Nuevo Testamento dirá que el sacrificio de Jesús ha sido aceptado por Dios y por ello trae salvación. Por sacrificio de Jesús no se entiende su asesinato, que es sólo un mal: el acto más injusto y negativo de la historia. Se entiende el ofrecimiento que Jesús hace de su vida, porque, como hemos venido insistiendo, en su pasión conserva su iniciativa personal para vivir desde sí mismo su muerte. Él no muere encerrado en su fracaso sino que ofrece a su Padre su muerte como le había ofrecido toda su vida. Muere arrojándose en sus brazos. Y quien se arroja en sus brazos es el que lleva en su corazón a su pueblo y el que perdona a sus asesinos. El Padre recibe a su Hijo fraterno.

Otro modelo es la Nueva Alianza. Como la alianza se sellaba con sangre, la cruz de Jesús pudo interpretarse como la sangre que sellaba la nueva alianza. Nuevamente estamos ante un símbolo ritual. La sangre en sí no salva. Perder la sangre hasta morir es mera negatividad, y en este caso una atrocidad de los torturadores. Aquí la sangre simboliza la vida. Cuando le están quitando la sangre, la vida (pura negatividad), él entrega su vida. Cuando están rechazando la comunión propuesta, él mantiene la comunión. Y no sólo la mantiene sino que la consuma al incluir a todos los seres humanos en la comunión con Dios en la que muere.

Los cantos del Siervo sufriente proporcionaron otro modelo: Los sufrimientos con los que carga el inocente Jesús son los que deberíamos cargar nosotros; al cargarlos voluntariamente y al ofrecerlos a Dios sustitutivamente, más aún, al cargárselos Dios vicariamente (en vez de nosotros), se convierte en causa de salvación para nosotros. Este modelo expresa bien el amor de Jesús y de Dios a la humanidad. Pero tiene dos inconvenientes El primero es la imagen de Dios que parecería exigir un castigo por el pecado. Esta imagen no se compadece con el Padre maternal que reveló Jesús. El segundo es la sustitución. Es distinto que Jesús nos lleve en su corazón, es decir en su amor, afirmación medular del cristianismo, a que él sufra lo que nos tocaba sufrir a nosotros. Primero porque Dios no exige sufrir y segundo porque el que ama no sustituye al amado. El Padre le dejó a Jesús morir su muerte. No lo arrebató para no verlo sufrir. El amor deja que el amado viva su vida, no le ahorra las experiencias negativas.

Lo que hay en el fondo de estos intentos explicativos es que la vida de Jesús ha sido grata a Dios y esta vida se consuma en la  cruz. Su misericordia y fidelidad se confrontan en ella con el rechazo y el abandono, y, triunfando en ellos, se consuman. Es una constante histórica que quien intenta seriamente ejercer misericordia tiene que estar dispuesto al sufrimiento. Salvación supone recomposición de lo destruido y eso es costoso. El pecado historizado tiene una fuerza negativa que destroza a las personas, como desordena a las instituciones y degrada a la naturaleza. Esa fuerza se ceba en Jesús y, al no lograr torcer su rumbo vital sino consumarlo, revela su impotencia, es vencida. En resumen: la encarnación en un mundo de pecado lleva a la cruz y la cruz es por tanto la culminación de la encarnación solidaria.

Jesús en la cruz es así la revelación del ser humano cabal: el que pasó haciendo el bien (Hch 10,38; Mc 7,37), el fiel y misericordioso (Hbr 2,17), el que no vino a ser servido sino a servir (Mc 10,45). Qué poder tenga ese amor es otra cosa, pero al menos los seres humanos hemos podido ver el amor sobre la tierra, saber lo que somos y podemos llegar a ser. Es un hecho que cuando los seres humanos captan que ha habido amor, lo captan como buena noticia, como algo humanizador y también como invitación a seguirlo. Una eficacia salvífica que pertenece no a la causa eficiente sino a la ejemplar.


En ese sentido dijo Bonhoeffer que sólo un Dios que sufre puede salvarnos.
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