Por profa. Gloria GARCÍA ROJAS
Tácito y su vida
CHOLULA. – Tácito,
frecuentemente considerado como el más importante historiador romano, debió de
nacer cerca del año 58 de nuestra era. A pesar de su importancia, pocos son los
hechos que se recuerdan de su vida, no tuvo un historiador digno de él.
Es bien probable que haya sido hijo de un oficial del orden ecuestre
que llegó a desempeñar un puesto de importancia en la provincia de las Galias.
Lo que es más seguro es que su familia no careciera de renombre y medios de
fortuna, lo que le permitía obtener una educación amplia y refinada.
Hacia el año 88, nuestro historiador obtuvo el buscado y distinguido
nombramiento de pretor y fue llamado a formar parte del Consejo de los Quince.
En alguna parte de su obra sugiere haber iniciado una brillante carrera
senatorial bajo el imperio de Vespasiano y se ausenta de Roma por varios años.
En el año 97 se encontraba en la dignidad de Cónsul. Se distinguió
como extraordinario orador, hasta el punto de renovar este arte tan plenamente
romano, y coronó su carrera política con el nombramiento de procónsul. Su
muerte permanece obscura.
Algunos autores opinan que no debió producirse antes del año 120 de
nuestra era.
El mundo cultural en el que se educó Tácito y produjo su obra no es
uno de los más tranquilos. Después del imperio de Augusto.
La literatura romana no presenta un mayor número de escritos
distinguidos. Desparecido Cicerón la prosa latina parece haber desembocado en
un callejón sin salida y sufrir de una apatía cercana a la extinción total.
Quintiliano y Tácito en sus primeras obras, lo que no deja de ser
significativo, se quejan amargamente de esta decadencia y corrupción, buscan
una vuelta a la frescura de la edad dorada, aquella de los grandes debates, de
las amplias cartas cuando el Otium no era perder el tiempo, sino recreo activo
en función de las artes sobre todo de las letras, llaman la atención los
argumentos que estos dos autores, esgrimen para explicar ese estado de cosas,
las condiciones políticas e históricas actuantes impiden una renovación en la
producción literaria sin libertades, no pueden darse el lujo de la creación
artística.
Hay que recordar, sin embargo, dos hechos elementales el poder
político-económico y artístico se encontraban en toma, como aquí y allá, en
manos de las clases poderosas; la educación fue siempre vista como un
patrimonio de la inmensa minoría, si un esclavo o un liberto se educaba era
para servir como otro sirviente a la aristocracia o la nobleza.
La educación no era una necesidad sino un lujo más y otro elemento
claro de separación social. Si a lo anterior reunimos el carácter imitativo
sincrético lo hemos llamado de la litearatura romana ante la griega, tendremos
una razón para explicar esa detención de la prosa latina.
Grecia no solamente heleniza a Roma desde sus primeros contactos, sino
que, aunque sometida políticamente y económicamente, continúa su propia
evolución literaria bajo el imperio.
La narrativa se afirma como el género por excelencia. La prosa
presenta alguna de sus momentos más culminantes, ya se trate de historia,
Dionisio de Halicarnaso Plutarco Eusebio, ya de filosofía Filón”, Epíteto, de
retórica, Dión Crisóstomo, aunque sigue su propio camino está dentro del
imperio romano.
En Antioquia, Alejandría y Atenas se fundan cátedras y se dotan
bibliotecas donde se educa a los jóvenes en los temas que desea el Estado, se
da nueva vida a las mortecinas letras.
¿Qué opina usted, mi estimado lector?
Pensamiento: “Para el hombre de bien todos los días son de alegría y
de regocijo”, Diógenes, filósofo.
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