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Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed

Written By Unknown on martes, 28 de marzo de 2017 | 12:16

Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed

Por Mons. Eugenio LIRA RUGARCIA

MATAMOROS, TAMS.- Todos compartimos una misma clase de sed: ser felices por siempre. Y en ocasiones, buscando calmarla, hemos ido una y otra vez al lugar equivocado: al pozo de las pasiones. “Cuando alguno llega hasta los placeres de esta vida –comenta san Agustín–, ¿no tiene sed de nuevo?”.

Cuando, con el cántaro del egoísmo, sacamos el agua del relativismo, el individualismo, la injusticia, la corrupción, la indiferencia y la violencia, nos provocamos una terrible sed de sentido, y sumimos a muchos en la aridez de la soledad, la inequidad, la pobreza, el miedo, el daño al medioambiente y la desesperanza.

Pero Dios, que nos creó por amor, deseoso de rescatarnos de la terrible sed que nos provocamos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos la puerta del mundo al mal y la muerte, se hace uno de nosotros en Jesús, quien, dando la vida por amor en la cruz, hace brotar el agua de su amor para que bebamos, como lo anunció a través de Moisés.

Jesús, que nos ama y, como señala el Papa, “nunca se detiene ante una persona por prejuicios”, al igual que hizo con la samaritana, se acerca a nosotros en su Iglesia, a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración, el prójimo y los acontecimientos, sediento de nuestra fe, para que pueda darnos el agua de su Espíritu de Amor, que, haciéndonos hijos de Dios, sacia nuestra sed de ser felices por siempre.

¡No endurezcamos el corazón, ni seamos sordos a su voz! ¡Reconozcámosle! Y como la samaritana, digámosle: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed”. Digámoselo, conscientes de que para que pueda llenarnos de su amor, primero debemos vaciar el corazón de aquello que nos impide recibirlo.

Como la samaritana, reconozcamos nuestras infidelidades y decidámonos a liberarnos de esas ataduras, dejando el “cántaro” del egoísmo. Así recibiremos el Agua de Amor, el Espíritu Santo, que nos llena de tal manera del amor incondicional e infinito del Padre, que nos convertimos en un manantial de amor para los demás ¡Así adoramos a Dios en “espíritu y verdad”!


Entonces, como la samaritana, podremos ir a los nuestros para comunicarles que hemos encontrado al Salvador, conscientes de que la familia y los que nos rodean, también están sedientos de felicidad. Con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras, invitémosles a ir a Jesús, el único que puede calmar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz.
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