Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed
Por Mons. Eugenio LIRA RUGARCIA
MATAMOROS, TAMS.- Todos
compartimos una misma clase de sed: ser felices por siempre. Y en ocasiones,
buscando calmarla, hemos ido una y otra vez al lugar equivocado: al pozo de las
pasiones. “Cuando alguno llega hasta los placeres de esta vida –comenta san
Agustín–, ¿no tiene sed de nuevo?”.
Cuando, con el cántaro del egoísmo, sacamos el agua del relativismo,
el individualismo, la injusticia, la corrupción, la indiferencia y la
violencia, nos provocamos una terrible sed de sentido, y sumimos a muchos en la
aridez de la soledad, la inequidad, la pobreza, el miedo, el daño al
medioambiente y la desesperanza.
Pero Dios, que nos creó por amor, deseoso de rescatarnos de la
terrible sed que nos provocamos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos
la puerta del mundo al mal y la muerte, se hace uno de nosotros en Jesús,
quien, dando la vida por amor en la cruz, hace brotar el agua de su amor para que
bebamos, como lo anunció a través de Moisés.
Jesús, que nos ama y, como señala el Papa, “nunca se detiene ante una
persona por prejuicios”, al igual que hizo con la samaritana, se acerca a
nosotros en su Iglesia, a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración, el
prójimo y los acontecimientos, sediento de nuestra fe, para que pueda darnos el
agua de su Espíritu de Amor, que, haciéndonos hijos de Dios, sacia nuestra sed
de ser felices por siempre.
¡No endurezcamos el corazón, ni seamos sordos a su voz!
¡Reconozcámosle! Y como la samaritana, digámosle: “Señor, dame de esa agua para
que no vuelva a tener sed”. Digámoselo, conscientes de que para que pueda
llenarnos de su amor, primero debemos vaciar el corazón de aquello que nos
impide recibirlo.
Como la samaritana, reconozcamos nuestras infidelidades y decidámonos
a liberarnos de esas ataduras, dejando el “cántaro” del egoísmo. Así
recibiremos el Agua de Amor, el Espíritu Santo, que nos llena de tal manera del
amor incondicional e infinito del Padre, que nos convertimos en un manantial de
amor para los demás ¡Así adoramos a Dios en “espíritu y verdad”!
Entonces, como la samaritana, podremos ir a los nuestros para
comunicarles que hemos encontrado al Salvador, conscientes de que la familia y
los que nos rodean, también están sedientos de felicidad. Con nuestra oración,
nuestras palabras y nuestras obras, invitémosles a ir a Jesús, el único que
puede calmar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz.
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