El respeto de los niños y las niñas
CHOLULA.- Al no encontrar
lugar para estacionarse, una mujer decide ocupar un espacio reservado a
personas discapacitadas, pese a que ella no padece discapacidad alguna.
Alrededor de las doce de la noche, un muchacho que vive en un edificio de
departamentos pone a todo volumen la música de su banda de heavy metal
favorita. Un señor llega a la taquilla de un cine y, en lugar de formarse como
el resto de la gente, se mete a la fuerza en la fila argumentando que faltan
cinco minutos para que comience la película. Mientras una niña le cuenta algo
importante a su mejor amiga, ésta saca su teléfono celular y comienza a enviar
mensajes de texto. Durante la clase de Física, cuando el maestro se encuentra
hablando, varios alumnos conversan entre sí en voz alta.
¿Qué tienen en común todas estas situaciones? Los ejemplos anteriores
muestran algunas de las muchas formas que adopta la falta de respeto. En estos
casos, una o varias personas actúan de acuerdo con sus propios intereses y sin
tomar en cuenta los deseos, derechos o sentimientos de los otros. El respeto es
la base de la auténtica convivencia. Sin él, las relaciones sanas y pacíficas
entre las personas no son posibles. De hecho, la sociedad entera no puede
funcionar adecuadamente si carece de dicho valor, pues vivir en comunidad
significa tomar en cuenta los intereses y necesidades ajenos.
Dicho respeto debe ser, además, recíproco, esto quiere decir que así
como nosotros estamos obligados a respetar a nuestros semejantes, ellos deben
respetarnos también. Resulta fundamental comprender que el respeto no significa
solamente ser amables con los demás. Dicho valor va más allá de no ocupar los
lugares para discapacitados, no meterse en la fila del cine y decir “por favor”
y “gracias”. Todas estas son valiosas muestras de cortesía y buena educación.
Sin embargo, el verdadero respeto tiene que ver con algo más profundo:
significa reconocer que todas las personas son valiosas, que tienen los mismos
derechos innatos, que poseen dignidad humana. Discriminar a alguien,
menospreciarlo, humillarlo, ignorarlo, burlarse de él, privarlo de su libertad,
tratarlo como un ciudadano de segunda… Todas son expresiones de una misma
actitud negativa que nos impide convivir en paz y armonía.
¿Y tú qué piensas…?
• ¿Piensas que eres una persona considerada? ¿Por qué?
• ¿Cómo es el ambiente en tu escuela? ¿Es un lugar donde la gente se
trata con respeto?
• ¿Qué podría hacerse para que exista mayor respeto en tu centro de
estudios?
• ¿Crees que este valor mejora la convivencia entre los individuos?
¿De qué manera?
Podríamos pensar que faltar al respeto es simplemente tener malos
modales.
Claro, hablar con la boca llena, presentarnos sucios a la escuela o el
trabajo, o empujar a los otros para pasar son conductas irrespetuosas. Sin
embargo, significan poco en comparación con las verdaderas faltas de respeto:
tocar a alguien sin su consentimiento; burlarnos de una religión, de un trabajo
o una forma de vida diferente a la nuestra, querer utilizar a los demás como
medios para nuestros planes, abusar de quienes están en desventaja (los
ancianos, las personas enfermas, los niños muy pequeños, los animales).
Debes evitarlo siempre. A veces, la mejor forma es seguir las reglas.
Pero pensar siempre “debo hacer esto”, “no debo hacer lo otro” es solo el
primer paso. El gran progreso en la búsqueda del respeto no está en la
inteligencia, sino en el corazón: el amor a los demás sirve de guía e
inspiración para cuidarlos y honrarlos por formar parte de la vida. Una persona
respetuosa sabe valorar y reconocer adecuadamente a qué tiene derecho y a qué
no lo tiene. A partir de ese reconocimiento, acepta las reglas impuestas por el
mundo externo y evita apropiarse o dañar aquello que no le pertenece. Ello no
se refiere sólo a los objetos materiales, sino a todo aquello que es un derecho
de los otros: su vida, su integridad física, su vocación profesional, sus
decisiones, su libertad y proyectos más importantes.
El respeto evita que pensemos sólo en nosotros mismos e invadamos el
terreno de las personas que nos rodean. Este valor también se aplica a nosotros
mismos: nos invita a reconocer nuestra dignidad humana y a evitar todo lo que
nos daña, como el consumo de drogas o alcohol. Ser respetuoso es relacionarse
de una forma delicada y creativa con los demás y requiere sensibilidad,
imaginación, simpatía y generosidad.
Reglamentos olímpicos
Hoy, cuando observas los eventos olímpicos como las competencias de
cada disciplina y las brillantes ceremonias de inauguración y clausura, con
seguridad admiras el perfecto orden en que ocurre todo y el ajuste de cada
participante a las normas. Si investigas un poco sabrás que todas las prácticas
deportivas que se presentan en ellos cuentan con un estricto reglamento que ha
sido elaborado a lo largo de muchas generaciones. Tú mismo sabes que los
deportes que practicas, como el beisbol, el básquetbol y el futbol tienen
reglas que es indispensable respetar para que todo funcione de una manera
regular, ordenada y justa. ¡Pero hace un siglo no era así! En el inicio de los
Juegos Olímpicos los reglamentos no existían y todo era un completo desorden,
al grado que los pusieron en riesgo de desaparecer. En las ediciones de Atenas,
(1896), París (1900) y Saint Louis Missouri (1904) los criterios de selección
deportiva no existían ni había forma de determinar que los participantes eran
los mejores en su especialidad. La organización también era un desastre. En
París los eventos se confundieron en medio de la Exposición Universal y en
Saint Louis se perdieron en los ¡cinco meses! que duró la Feria Mundial.
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