No es democracia, es “Partidocracia”
Por Edmundo TLACUILO ALMAZÁN
CHOLULA.- Hay quienes
afirman que la llamada civilización o cultura occidental, no vive en una
democracia auténtica, como gustan de decir y repetir sus teóricos e ideólogos
más conspicuos, sino en una partidocracia, ¿Por qué en una partidocracia?,
porque son los partidos los únicos sujetos de derechos políticos, a diferencia
del resto de la sociedad, es decir, lo que Gramsci llamó la sociedad civil,
cuya práctica en la vida política de sus respetivas comunidades nacionales se
reduce a elegir, con su voto, entre las distintas opciones que tienen a bien
ofrecerle los partidos. En breves palabras, su único derecho es el derecho a
elegir amo.
Los partidos en cambio, se reservan para si todas las actividades que
tienen que ver con la organización y funcionamiento del Estado, con la forma de
gobierno que dicho Estado debe tener, con la estructura e integración del
mismo, con los servicios y actividades que debe prestar y desempeñar, con la
reglamentación de todos los aspectos fundamentales de la vida de los ciudadanos
y, ante todo y sobre todo, el derecho a disputar el poder político de la nación
y a proponer candidatos para ocupar todos, absolutamente todos los llamados
“puestos” de elección popular.
En estricto sentido, los funcionarios de una democracia occidental no
salen del seno de toda la sociedad, ni el programa de gobierno que enarbolan
expresa las aspiraciones y demandas de la misma, los elige su partido, y su
plan de trabajo sintetiza la ideología y los intereses de los militares de éste
consecuentemente , el gobierno
conformado por ellos no representa a la sociedad en su conjunto, sino al
partido que los llevó al poder, de ahí el nombre de partidocracia, el gobierno
de los partidos es una falsa democracia niega en los hechos la esencia de esta
última que es, precisamente, el derecho del pueblo a participar, abierta y
libremente, en la conformación del equipo de hombres que deben gobernarlo y
sobre todo en la toma de aquellas decisiones trascendentales que impacten de
modo decisivo la vida y el bienestar de toda la ciudadanía y que cambien el
rumbo del país en cuestión.
Sin embargo, cuando la formación económico-social en que actúan los
partidos funciona aceptablemente bien, los ciudadanos comunes y corrientes no
sienten la necesidad de participar directamente en los asuntos públicos, no
sienten la urgencia de tomar en sus manos, sin ningún tipo de intermediarios la
discusión y l solución de los problemas más graves y urgentes que los acosan,
en tales condiciones, la partidocracia juega bien su papel de encausadora de
las inquietudes masivas y su dominio es tolerado, y hasta aplaudido a veces,
por las grandes masas populares a quienes mutila y conculca sus derechos.
Las cosas cambian cuando el modelo económico-social no responde,
aunque sea en mínima medida a las aspiraciones y necesidades populares, cuando
el denominador común es la pobreza, las marginaciones, la ignorancia, la
insalubridad, el hambre y la injusticia social, en todas sus formadas y
manifestaciones. Entonces la partidocracia con su insistencia en el respeto
irrestricto a las viejas leyes y tradiciones que le dan vida, son sus intentos
por reforzar y endurecer su monopolio sobre los órganos y mecanismos esenciales
del gobierno, muestra su verdadera esencia, su carácter de camisa de fuerza que
pretende contener el surgimiento de nuevas formas de organización popular y de
creativas formas de lucha social, que buscan paliar las difíciles condiciones
de vida en que se desenvuelven las grandes mayorías trabajadoras y
desempleadas.
En tales condiciones, la partidocracia en vez de mostrarse flexible y
evolutiva, se cierra totalmente a cualquier manifestación política que no esté
controlada por ella y que a su juicio represente una competencia y ponga en
riesgo su dominio, surge entonces una santa alianza entre los partidos
preexistentes con el fin de impedir la creación y el desarrollo de nuevos
partidos políticos que les disputen el poder, o lo que pudiera considerarse
como un embrión los mismos.
La consigna parece ser: “Ya estamos completos, el pastel ya está
repartido y no hacen falta más comensales; nuevos partidos solo generarían
desequilibrios e intranquilidad social”. Por tanto deben ser prohibidos
terminantemente, sale sobrando decir que semejante postura, no solo es
lógicamente incongruente por cuanto niega a otros el mismo derecho que reclama
para sí, sino lo que es más grave, políticamente errónea porque, al cerrar la
puerta de la lucha política lega a los inconformes, a quienes por una u otra
razón no se sienten representados por los partidos existentes, los reduce a la
desesperación a la impotencia y por tanto los obliga a buscar caminos fuera de
la ley para dar curso a sus inconformidades.
Desde mi punto de vista, no andan muy desencaminados quienes afirman
que la proliferación de grupos que se autodenominan guerrilleros, no es
solamente el resultado de la tremenda injusticia social que priva en el país y
de la miopía y dogmatismo trasnochado de los dirigentes de estos movimientos,
sino también de la escasa flexibilidad que muestra el sistema para permitir la
formación y libre actuación de nuevas corrientes políticas no enmarcadas en los
partidos políticos tradicionales. Sostengo por eso, que nadie le hace tanto
daño al sistema, que nadie atenta tanto contra la paz social, y la tranquila
convivencia de los mexicanos como aquellos funcionarios que se niegan a
dialogar con organizaciones sociales autogestionarias, que demandan servicios y
derechos elementales de sus agremiados en un intento por atenuar la injusticia
distribución del ingreso nacional.
Simplemente porque no pertenecen a su partido, o porque ven en su
accionar un desafío a su poder omnímodo y a su sagrada investidura que los
mejores aliados de la guerrilla, quienes más firmes argumentados les prestan a
sus ideólogos, son aquellos funcionarios que atacan y persiguen, como si se
tratara de peligrosos delincuentes, a los ciudadanos organizados que les
demandan solución a sus problemas argumentando que, lo que en realidad buscan
es conquistar el poder que ellos detentan, como lo puede discernir una mente
sana, ese modelo de razonar huele a paranoia, pues no necesariamente todo el
que actúa, sobre todo si lo hace con banderas reales y legitimas.
Busca conquistar el poder político, pero aunque así fuera Dónde está
el delito?, si buscar el poder por los caminos previstos por la ley es un
crimen, entonces los primeros criminales serían loso funcionarios que lo poseen
actualmente, y los partidos que los ayudaron a conseguir, el buen consejo diría
que mientras más difícil se muestra la situación económica-social de un país
mayor flexibilidad y voluntad de cambio deben mostrar quienes lo gobiernan
mayor disposición a escuchar y abrir campo a las fuerzas inconformes, de modo
que éstas no tenga pretexto alguno para apartarse de los caminos de la ley desgraciadamente,
en los hechos ocurre todo lo contrario.
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