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El Jesús histórico desde la fe de la Iglesia

Written By Unknown on viernes, 1 de abril de 2016 | 12:36

Por Andrés ZACA NAYOTL
Teólogo laico

CHOLULA.- Sin embargo para nosotros, como para el Vaticano II, Jesús es el revelador a la vez de Dios y del ser humano, de los designios de Dios y del destino de la historia, ya que revela que los seres humanos estamos destinados a ser en él hijos de Dios, es decir que revela a Dios como Padre y el destino de la historia trascenderse en la misma comunidad divina. Si a Dios nadie lo ha visto jamás y es Jesús el que nos lo ha revelado; si nadie sabe lo que hay en el ser humano y es Jesús el que nos lo ha mostrado; si el camino de la vida es una senda incierta que parece perderse en la muerte y él como camino nos ha mostrado la senda de la vida, sólo desde la vida de Jesús puede llegarse realmente a Dios relacionándose con él como hijos, sólo desde ella, es decir siguiéndolo, puede la humanidad constituirse en humana.

Éste fue el convencimiento que llevó a la segunda generación de cristianos, que no había conocido a Jesús, a componer los evangelios a partir del testimonio de los que habían estado con él desde que Juan predicaba en el desierto, a los que se había dejado ver resucitado. Así pues para nosotros los evangelios son textos fehacientes en los que, desde la vida de Jesús, nos revela Dios tanto el designio que tiene sobre la humanidad y el modo de realizarse ese designio, como quién es él mismo que se nos entrega en Jesús, y quiénes somos los seres humanos desde el designio de Dios, y el camino para llegar a constituirnos en humanos, que no es otro que el propio Jesús, arquetipo de humanidad. Todo esto se les desveló progresivamente a los discípulos tras la Pascua. A esa luz, desde esa participación del Espíritu de Jesús de Nazaret y de su misión, releyeron la vida de Jesús de la que habían formado parte como discípulos, y la fueron plasmando en lo que tenía de paradigmático, a partir de las situaciones en las que se encontraban las comunidades y la misión y tomando en cuenta la cultura de los destinatarios.

Los evangelios no pretenden, pues, componer lo que modernamente llamamos biografías de Jesús. No es el interés historiográfico o la mera simpatía por el personaje lo que los llevó a componer su historia. Rescatan su historia en cuanto la sienten actual, viva, interpelante para ellos. Ésta es la episteme de los evangelios: la fe en Jesús resucitado como fuente de vida para las comunidades y el convencimiento de que también es fuente de vida para todos los seres humanos lleva a rescatar la historia de Jesús, porque ella, es decir lo que Jesús ha llegado a ser a través de ella, es el camino que conduce a la vida. Toda empresa historiográfica es una construcción del historiador en base a los materiales que posee, al conocimiento que tiene del contexto y a su método y capacidad de comprensión, pero todo eso desde la particular inserción del historiador en  su propia cultura y tiempo. Pues bien, en el caso de los evangelios se establece un círculo hermenéutico entre Jesús como nuestro futuro, el que está por venir y hacia el que vamos, el que se relaciona con cada uno de nosotros atrayéndonos con su prestancia humana desde el seno de Dios, que es nuestro destino, y Jesús de Nazaret que nació en tiempos de Herodes y Augusto, que fue bautizado por Juan, que predicó la inminencia del reino de Dios como gracia salvadora y lo hizo presente con sus palabras y obras, con su persona, que fue reconocido, en efecto, por las multitudes como envidado de Dios, pero que fue condenado a muerte por las autoridades judías que lo entregaron a los romanos para que lo crucificaran. Así pues los evangelios se refieren a una persona que ha vencido la muerte, que tiene futuro, y la proponen como vida para los destinatarios. 

Es el propósito de que Jesús dé vida actualmente el que compromete a los evangelistas en anunciar la verdad sobre Jesús pues precisamente en su vida está la vida. En esto consiste la epistemología de los evangelios. Se trata de una fidelidad dinámica, de una reconstrucción creativa, pero fidedigna. En esta capacidad de establecer la correspondencia entre lo que Jesús dijo e hizo en su situación y el sentido de esos acontecimientos para la situación de los destinatarios de modo que la actualización no sólo no desfigure lo de Jesús sino que lo revele, que ponga de relieve su trascendencia salvífica, reconoció la Iglesia la asistencia especialísima del Espíritu de Jesús, que al ser el de Jesús tiene poder para revelar el misterio de su vida.

Esa trasposición de registros se ha de hacer cada vez que se trasmiten los evangelios en una situación nueva, nueva por la novedad del tiempo histórico, es decir de otra época, de otra cultura. Así la predicación del evangelio y las cristologías que en parte salen de ella y a la vez le sirven de apoyo siempre operan una trasposición, son una relectura, una construcción. Pero, como en el caso de los evangelios, aspiran a no deformarlos, aunque son conscientes de que siempre los empobrecen.

Para hacer la trasposición es necesario operar su deconstrucción. En efecto, la conciencia de la distancia exige ser mediada. Hay términos y situaciones que no se entienden o que se entienden de otro modo, con lo que se induce el equívoco. También hay que percatarse del estatuto literario de cada unidad: es distinto que quieran narrar un hecho a que pretendan representar una idea; hay que sopesar cuándo estamos ante un lamento profético o una meditación sapiencial o un rasgo apocalíptico. Para esto hay que conocer los géneros literarios tanto del judaísmo como del helenismo, como las características redaccionales de cada evangelista. Desentrañado el texto hay que distinguir qué elementos nos son presentados como propios de Jesús o de su entorno, y cuáles son interpretaciones verdaderas y más o menos penetrantes, pero en todo caso postpascuales, de lo que aflora en esa escena. 

Ahora bien, el presupuesto que dirige todas estas operaciones es que los hagiógrafos están interesados en contarnos la verdad sobre Jesús y que comprometen su palabra en que no intentan otra cosa sino que aflore el personaje Jesús con el misterio de que es portador, y no menos que estaban capacitados para hacerlo, más que los creyentes que hemos venido después y más que cualquier historiador que ponga toda su ciencia en el empeño.
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