Por Andrés
ZACA NAYOTL
Teólogo
laico
CHOLULA.- Sin embargo para nosotros,
como para el Vaticano II, Jesús es el revelador a la vez de Dios y del ser
humano, de los designios de Dios y del destino de la historia, ya que revela
que los seres humanos estamos destinados a ser en él hijos de Dios, es decir
que revela a Dios como Padre y el destino de la historia trascenderse en la
misma comunidad divina. Si a Dios nadie lo ha visto jamás y es Jesús el que nos
lo ha revelado; si nadie sabe lo que hay en el ser humano y es Jesús el que nos
lo ha mostrado; si el camino de la vida es una senda incierta que parece
perderse en la muerte y él como camino nos ha mostrado la senda de la vida,
sólo desde la vida de Jesús puede llegarse realmente a Dios relacionándose con
él como hijos, sólo desde ella, es decir siguiéndolo, puede la humanidad
constituirse en humana.
Éste fue el
convencimiento que llevó a la segunda generación de cristianos, que no había
conocido a Jesús, a componer los evangelios a partir del testimonio de los que
habían estado con él desde que Juan predicaba en el desierto, a los que se
había dejado ver resucitado. Así pues para nosotros los evangelios son textos
fehacientes en los que, desde la vida de Jesús, nos revela Dios tanto el
designio que tiene sobre la humanidad y el modo de realizarse ese designio,
como quién es él mismo que se nos entrega en Jesús, y quiénes somos los seres
humanos desde el designio de Dios, y el camino para llegar a constituirnos en
humanos, que no es otro que el propio Jesús, arquetipo de humanidad. Todo esto
se les desveló progresivamente a los discípulos tras la Pascua. A esa luz,
desde esa participación del Espíritu de Jesús de Nazaret y de su misión, releyeron
la vida de Jesús de la que habían formado parte como discípulos, y la fueron
plasmando en lo que tenía de paradigmático, a partir de las situaciones en las
que se encontraban las comunidades y la misión y tomando en cuenta la cultura
de los destinatarios.
Los
evangelios no pretenden, pues, componer lo que modernamente llamamos biografías
de Jesús. No es el interés historiográfico o la mera simpatía por el personaje
lo que los llevó a componer su historia. Rescatan su historia en cuanto la
sienten actual, viva, interpelante para ellos. Ésta es la episteme de los
evangelios: la fe en Jesús resucitado como fuente de vida para las comunidades
y el convencimiento de que también es fuente de vida para todos los seres
humanos lleva a rescatar la historia de Jesús, porque ella, es decir lo que
Jesús ha llegado a ser a través de ella, es el camino que conduce a la vida.
Toda empresa historiográfica es una construcción del historiador en base a los
materiales que posee, al conocimiento que tiene del contexto y a su método y
capacidad de comprensión, pero todo eso desde la particular inserción del
historiador en su propia cultura y
tiempo. Pues bien, en el caso de los evangelios se establece un círculo
hermenéutico entre Jesús como nuestro futuro, el que está por venir y hacia el
que vamos, el que se relaciona con cada uno de nosotros atrayéndonos con su
prestancia humana desde el seno de Dios, que es nuestro destino, y Jesús de
Nazaret que nació en tiempos de Herodes y Augusto, que fue bautizado por Juan,
que predicó la inminencia del reino de Dios como gracia salvadora y lo hizo
presente con sus palabras y obras, con su persona, que fue reconocido, en
efecto, por las multitudes como envidado de Dios, pero que fue condenado a
muerte por las autoridades judías que lo entregaron a los romanos para que lo
crucificaran. Así pues los evangelios se refieren a una persona que ha vencido
la muerte, que tiene futuro, y la proponen como vida para los destinatarios.
Es el
propósito de que Jesús dé vida actualmente el que compromete a los evangelistas
en anunciar la verdad sobre Jesús pues precisamente en su vida está la vida. En
esto consiste la epistemología de los evangelios. Se trata de una fidelidad
dinámica, de una reconstrucción creativa, pero fidedigna. En esta capacidad de
establecer la correspondencia entre lo que Jesús dijo e hizo en su situación y
el sentido de esos acontecimientos para la situación de los destinatarios de
modo que la actualización no sólo no desfigure lo de Jesús sino que lo revele,
que ponga de relieve su trascendencia salvífica, reconoció la Iglesia la
asistencia especialísima del Espíritu de Jesús, que al ser el de Jesús tiene
poder para revelar el misterio de su vida.
Esa
trasposición de registros se ha de hacer cada vez que se trasmiten los evangelios
en una situación nueva, nueva por la novedad del tiempo histórico, es decir de
otra época, de otra cultura. Así la predicación del evangelio y las
cristologías que en parte salen de ella y a la vez le sirven de apoyo siempre
operan una trasposición, son una relectura, una construcción. Pero, como en el
caso de los evangelios, aspiran a no deformarlos, aunque son conscientes de que
siempre los empobrecen.
Para hacer
la trasposición es necesario operar su deconstrucción. En efecto, la conciencia
de la distancia exige ser mediada. Hay términos y situaciones que no se
entienden o que se entienden de otro modo, con lo que se induce el equívoco.
También hay que percatarse del estatuto literario de cada unidad: es distinto
que quieran narrar un hecho a que pretendan representar una idea; hay que
sopesar cuándo estamos ante un lamento profético o una meditación sapiencial o
un rasgo apocalíptico. Para esto hay que conocer los géneros literarios tanto
del judaísmo como del helenismo, como las características redaccionales de cada
evangelista. Desentrañado el texto hay que distinguir qué elementos nos son
presentados como propios de Jesús o de su entorno, y cuáles son
interpretaciones verdaderas y más o menos penetrantes, pero en todo caso
postpascuales, de lo que aflora en esa escena.
Ahora bien,
el presupuesto que dirige todas estas operaciones es que los hagiógrafos están
interesados en contarnos la verdad sobre Jesús y que comprometen su palabra en
que no intentan otra cosa sino que aflore el personaje Jesús con el misterio de
que es portador, y no menos que estaban capacitados para hacerlo, más que los
creyentes que hemos venido después y más que cualquier historiador que ponga
toda su ciencia en el empeño.
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