CHOLULA.- Hay un sentimiento que
acompaña la existencia humana y del cual ningún espíritu claro puede
desprenderse, hay cosas que dependen de nosotros y hay cosas que no dependen de
nosotros.
No se trata
ya de los propios y ajenos de lo que yo puedo hacer y de lo que tú puedes
hacer, se trata de lo que escapa al poder de los hombres todos de cualquier
hombre.
Ello puede
ser de orden material como un rayo o un terremoto, o de orden sentimental como
la amargura o el sufrimiento inevitables en toda existencia humana, por mucho
que acumulemos elementos de felicidad o de orden intelectual como la verdad
que no es posible deshacer con mentiras
y que a veces hasta puede contrariar nuestros intereses o nuestros deseos.
El respeto a
la verdad es al mismo tiempo la más alta cualidad moral y la más alta cualidad
intelectual.
En esta
dependencia de algo ajeno y superior a
nosotros el creyente funda su religión, el filósofo según la doctrina
que profese ve la mano del destino y la ley del universo, solo el escéptico ve
en ello la obra del azar.
En la
conversación diaria solemos llamar a esto simplemente el arrastre de las
circunstancias. Sin una dosis de respeto para lo que se escapa de la voluntad
humana nuestra vida sería imposible, nos destruiríamos en rebeldías diarias, en
cóleras sin objeto, la resignación es una parte de la virtud.
El
compenetrarse de tal respeto es conquistar el valor moral de la serenidad,
entre las desgracias y los contratiempos. Los antiguos elogiaban al “varón
fuerte”, capaz como decía el poeta Horacio, de pisar impávido sobre las ruinas
del mundo.
El poeta
mexicano Amado Nervo, resumiendo en una línea la filosofía de los estoicos ha
escrito, “mi voluntad es una con la divina ley”.
El poeta
británico Rudyord, nos muestra así el retrato del hombre de temple que sabe
aceptar las desgracias sin por eso considerarse perdido.
Impávido =
el que no tiene temor, ni pavor.
Pavor =
temor con espanto.
¿Qué opina
usted mi estimado lector?
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