Por Ing.
Julián ROMERO TEHUITZIL
CHOLULA.- La presencia de seres
fantasmales que lloran en los ríos por motivos diversos es una característica
de muchos aspectos de la mitología aborigen de los pueblos pre-hispánicos. Es
así como pueden encontrarse rasgos de estas criaturas espectrales en varias de
las culturas precolombinas, que eventualmente, con la llegada de los
conquistadores españoles, fueron asumiendo rasgos comunes debido a la expansión
del dominio hispánico sobre el continente. La leyenda es una historia que posee
referentes míticos en el universo prehispánico pero que instaura su drama y su
cortejo imaginario y angustiante en el orden colonial.
Finalmente,
Cihuacoatl también representa a la fertilidad, al dar la vida y guardar las
almas de los muertos. (Cihuacoatl “Mujer Serpiente”), lo cual hace de ella una
deidad mitad humana, mitad serpiente. Para los mexicanos, era a la vez diosa de
la tierra.
Con el
advenimiento de la conquista española, la diosa madre Coatlicue en su carácter
de madre de Huitzilopochtli, principal dios azteca, pasó a quedar identificada
como la Virgen de Guadalupe, una virgen María indianizada, madre del dios
cristiano Jesucristo Esta imagen simboliza la identidad e integración del actual
pueblo mexicano.
“(Coatlicue
[La de la Falda de Serpientes]” es la Diosa de la Tierra y una Diosa-madre; es
al mismo tiempo una diosa de la fertilidad y la destrucción, uniendo la
dualidad de la vida y la muerte en una visión abrumadora y aplastante.), y los
partos (Quilaztli), mujer guerrera (Yaocíhuatl) y madre (Tonantzin) tanto de
los aztecas como de sus mismos dioses. Mitad mujer y mitad serpiente, la
leyenda de la diosa que emerge de las aguas del lago de Texcoco para llorar a
sus hijos (los aztecas) es el sexto presagio de la devastación de la cultura
mexica a manos de los conquistadores venidos del mar. Cihuacoatl en particular
muestra tres aspectos característicos: los gritos y lamentos por la noche; la
presencia del agua, pues tanto Aztlán como la gran Tenochtitlan, estaban
cercados por ella -con lo que ambos sitios estaban conectados no sólo por
coincidencias físicas, sino míticas-, y ser la patrona de las cihuateteo, que
de noche vocean y braman en el aire.
Estas son
las mujeres muertas en parto, que bajan a la tierra, en ciertos días dedicados
a ellas en el calendario, a espantar en las encrucijadas de los caminos y son
fatales a los niños. Esta abundancia de diosas conectadas con cultos fálicos y
de la vida sexual fue génesis no solo para la Llorona, sino también para otros
fantasmas femeninos que castigan a los hombres, como la Siquanaba, la Cequa o
la Sucia.
En México,
varios investigadores estiman que la Llorona, como personaje de la mitología y
las leyendas mexicanas, tiene su origen en algunos seres o deidades
prehispánicas como Auicanime, entre los purépechas; Xonaxi Queculla, entre los
zapotecos; la Cihuacoatl, entre los nahuas, y la Xtabay, entre los mayas
lacandones. Siempre se le identifica con el inframundo, el hambre, la muerte,
el pecado y también la lujuria.
Dice la
leyenda que: Los cuatros sacerdotes aguardaban expectantes.
Sus ojillos
vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al
espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos
bajaban en busca de los gordos ajolotes.
Después
confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la
hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía.
De pronto
estalló el grito....
Era un
alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la
garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua,
rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de
los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que
comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las
crónicas antiguas han sido bien interpretadas y parecio quedar flotando en el
maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin.
-- Es Cihuacoatl!
-- exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.
-- La Diosa
ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente --,
agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.
Subieron al
lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca,
con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños
cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que
jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.
Cuando se
hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del
señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacías las
aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después
Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:
"...Hijos
míos... amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima...."
Venía otra
sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se
alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:
"...A
dónde iréis.... a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto
destino.... hijos míos, estáis a punto de perderos..."
Al oír estas
palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes
estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror
a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad
protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para
finalmente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncatzin en ese tiempo
poseedor de su dignidad sacerdotal.
El emperador
Moctezuma Xocoyotzin se atusó el bigote ralo que parecía escurrirle por la
comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y
entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice
dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos
del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.
El emperador
Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la
hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta
que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí
escrito.
---Señor, --
le dijeron --, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl
aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la
destrucción de vuestro imperio.
Dicen aquí
los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán
por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de
muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros
dioses humillados por otros dioses más poderosos.
--- Dioses
más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor
Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre? --
preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.
--- Así lo
dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor.
Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el Anahuac lanzando lloros y arrastrando
penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de
llegar muy pronto a vuestro Imperio.
Moctezuma
guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y
esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos
códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los
archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.
Por eso
desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma, Ilhuicamina, Axayacatl,
Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac,
pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora.
Al llegar
los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época,
una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo
tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la
Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como
al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y
las imágenes iluminadas por lámparas votivas en pétreas ornacinas, para lanzar
ese grito lastimero que hería el alma.
-----Aaaaaaaay
mis hijos.......Aaaaaaay aaaaaaay!---- El lamento se repetía tantas veces como
horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas
jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral
musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de
nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las
goteras de la Ciudad y cerca de la traza.
Jamás hubo
valiente que osara interrrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un
fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil
historias los motivos de esta aparición que se transplantó a la época colonial.
Los
románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante
abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que
engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.
Lo cierto es
que desde entonces se le bautizó como "La llorona", debido al
desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y
que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la
gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas
coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.
Muchos
timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión de "La
llorona" hombres y mujeres "se iban de las aguas" y cientos y
cientos enfermaron de espanto.
Poco a poco
y al paso de los años, la leyenda de La Llorona, rebautizada con otros nombres,
según la región en donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras
nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de nuestra insólita América
en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje
vaporoso, lanzando al aire su terrífico alarido, vadeando ríos, cruzando
arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.
Huitzilopochtli
patrono de la guerra, el fuego. Colibrí Zurdo (O izquierdo) o Colibrí del sur.
Tezcatlipoca
(Espejo humeante), es la deidad más importante de la religión nahua. Era el
hacedor de todas las cosas, el dios del sol en su aspecto de dominio y poder en
las tinieblas. Es llamado " noche y viento, el árbitro, el que piensa y
rige por su propia voluntad". Se le hace intervenir como rival de
Quetzalcóatl y causante de la caída del reino del este.
De acuerdo
con Matos y Solís (2002), La imagen del
dios Tezcatlipoca (espejo humeante), un dios creador que habita las cuatro
direcciones horizontales y los tres niveles verticales del cosmos.
Tezcatlipoca
es también el protector de los guerreros, de los reyes y de los hechiceros, y
es el dios del frío que simboliza el oscuro cielo nocturno. Se le consideraba
invisible y misterioso.
Quetzalcoatl
(la Serpiente Emplumada).
Se despide
su amigo ING Julián Romero Tehuitzil, colibrifuerte2001@yahoo.com.mx
La Caja de
Cartón., email:
tlciudadana@gmail.com....www.tlciudadana.com.mx de tus amigos
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