CHOLULA.- La palabra (no el hecho)
“revolución”, fue usada como bandera en campañas políticas, como un símbolo
inmaculado, intocable, fuerte y convincente; se desgarraban las vestiduras en
su defensa, los carteles de propaganda la escribían con grandes letras y todos
se acogían a ella; era casi pecado no ser “revolucionario”, eran discriminados
y casi candidatos al paredón.
Hoy deshacen
todo lo que se consiguió en esa sangrienta lucha; las prerrogativas de los
trabajadores, en forma tramposa, las fueron orillando con políticas y cambios
operativos, al grado de reducirlas en salud, pensiones, salario, etc. este
último, por su pobre poder adquisitivo actual.
Con las
privatizaciones de nuestros recursos, por los estudiados en EEUU, que aseguran
su chamba en ese país, cuando dejan el hueso, se está aplicando una
contra-revolución y ya se olvidaron los cerca de 2 millones de difuntos,
producto de lo mismo.
En México
todo se olvida ¿qué tanto son 2 millones de desarrapados?
A Golpe de Guarache se Trazan las Veredas
Hoy la moda
de los políticos es la “democracia”, la que ya también va de picada. La
democracia la debería ejerce el pueblo y no ser bandera de ningún partido
político, los cuales todo tienen, excepto eso, ni interna ni externa.
Son los
peores enemigos de ella, por lo que ya son inoperantes, fuera de contexto, por
la poca credibilidad espontánea de la sociedad a la que solo a base de embutes
o temor convencen, todos lo sabemos.
Las
revoluciones no son solo palabras, son hechos y ojalá surjan personajes que retomen
la ruta que nos trazaron nuestros ancestros; personas que combatan tanta y tan
exagerada corrupción.
Sufrimos una
revolución armada reciente, como predecesora de otras pacíficas de desarrollo
general constante, en la economía, educación, salud, uso de nuestra riqueza
justa, seguridad, etc. pero vemos que eso se está volviendo una utopía ante la
voracidad de una minoría de malos políticos que hacen lo que quieren con el
país, con base en la telaraña de deshonestidad generalizada y respaldados por
el poder del estado, que nosotros les otorgamos mediante el voto. Si no se
rectifica ¡aguas!
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