Colaboración
de Guillermo TOXQUI VEGA, tomado de Arqueología Mexicana

A manera de
comprobación de esta propuesta, sólo es necesario recordar el dibujo que los
tlacuilos del padre Durán, en su Historia de las Indias de Nueva España e islas
de Tierra Firme, pintaron, referente a la época del gobierno de Axayacatl, en
donde el sumo sacerdote extrae el corazón de una víctima sobre un monumento
semejante (Durán, 1992, p. 108).
A partir de
entonces se ha discutido si el monolito funcionaba como un temalacatl destinado
específicamente al sacrificio gladiatorio, o si, como dice Beyer, sería un cuauhxicalli
en el que se depositaban los alimentos sagrados de las deidades.
Para los
autores heterodoxos, se pueden considerar temalacatl sólo aquellas piedras
circulares que tienen un travesaño al centro, en el que con una cuerda de color
blanco se ataba al prisionero durante el desarrollo de la fiesta del
tlacaxipehualiztli.
Algunos
consideramos, después de leer cuidadosamente la obra del padre Durán, que este
tipo de monumentos de grandes dimensiones, como la Piedra del Sol, la Piedra de
Tízoc y el monolito del ex-Arzobispado, eran plataformas que funcionaban a
manera de temalácatl, pero que también, al recibir la sangre y los corazones de
las víctimas, era recipientes cuauhxicalli, por lo que cumplían simultáneamente
con ambas funciones.

Fotos: Boris
de Swan / Raíces
Esta
publicación es un fragmento del artículo “La Piedra del Sol”, del autor Felipe
Solís, y se publicó íntegramente en la edición regular de Arqueología Mexicana,
núm. 41, titulada Calendarios Prehispánicos.
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