Hace poco
hubo en Estados Unidos una Expo Libre de Gluten y Alergénicos. Había papas
fritas, dips, sopas, cocidos, panes, crotones, pretzels y cervezas libres de
gluten. Pastas artesanales italianas libres de gluten. Incluso comida para
perros libre de gluten. Un agente viajero se especializaba en vacaciones libres
de gluten, y una mujer ayudaba a planear bodas libres de gluten. Un anuncio ofrecía
hostias libres de gluten.
Los seres
humanos han comido trigo, y el gluten que trae, durante al menos diez mil años.
Para la gente que padece la enfermedad celíaca —cerca del uno por ciento de la
población estadunidense— la menor exposición al gluten puede disparar una
reacción inmune capaz de dañar severamente el vello del intestino delgado. Hace
una década, el otro noventa por ciento de la población estadunidense no pensaba
mucho en el gluten. Pero, llevados por gente como William Davis, un cardiólogo
cuyo libro Barriga de trigo creó un imperio fundado en la convicción de que el
gluten es un veneno, la proteína se ha vuelto un villano culinario. Se culpa al
gluten de causar todas las enfermedades, desde la artritis y el asma a la
esclerosis múltiple y la esquizofrenia.
Hoy cerca de
veinte millones de personas en Estados Unidos sostienen que de modo regular han
experimentado malestares luego de comer productos con gluten, y una tercera
parte de la población adulta estadunidense trata ya de eliminar el gluten de
sus dietas. Un estudio que rastrea las tendencias restauranteras en Estados
Unidos reveló que el año pasado los clientes ordenaron más de doscientos
millones de platillos libres de gluten o de trigo. El síndrome ya hasta tiene
un nombre: sensibilidad no-celíaca al gluten, aunque a la fecha no hay pruebas
sanguíneas, biopsias, antecedentes genéticos o anticuerpos que puedan confirmar
un diagnóstico de sensibilidad no-celíaca al gluten.
Para 2016
las ventas de productos libres de gluten habrán sobrepasado los quince mil
millones de dólares, más del doble que hace cinco años.
Algunos
nutriólogos dicen que la preocupación en curso por los productos libres de
gluten les recuerda la obsesión nacional de quitarle grasas a los alimentos a
finales de los años ochenta. Alimentos “bajos en grasas” con frecuencia están
repletos de azúcar y calorías en vez de grasa. Durante décadas ocurrió con la
margarina que los doctores la recomendaban en vez de la mantequilla porque se
creía a la grasa de aquélla menos peligrosa. Esto se dio por hecho hasta
principios de los años noventa, cuando un estudio arrojó que mujeres que comían
cuatro cucharaditas diarias de margarina tenían un cincuenta por ciento más de
riesgo a enfermarse del corazón que quienes rara vez o nunca comían margarina.
Lo mismo es cierto de muchos productos que se anuncian como “libres de gluten”.
Peter H. R. Green, uno de los más prominentes doctores en la enfermedad
celíaca, dice que con frecuencia las versiones libres de gluten de alimentos
que tradicionalmente tenían de base el trigo, son en realidad comida chatarra.
Basta con ver las etiquetas de muchos productos libres de gluten. Ingredientes
como fécula de arroz, fécula de maíz, tapioca y fécula de papa se usan con
frecuencia para reemplazar la harina blanca. Pero son carbohidratos altamente
refinados y sueltan en el torrente sanguíneo tanta azúcar como los alimentos
desechados.
Si no hay
enfermedad celíaca, dice el doctor Green, los médicos por lo general no le
dicen a la gente que son sensibles al gluten, de modo que se trata de una
enfermedad en su mayor parte autodiagnosticada. “Este es uno de los problemas
más difíciles a los que me enfrento en mi práctica diaria”. Por ejemplo, fue a
verlo un ejecutivo que acababa de retirarse de una compañía internacional.
Tenía su “coach de vida”, uno de cuyos consejos fue que llevara una dieta libre
de gluten. Lo mismo recomiendan ya podólogos, quiroprácticos, hasta
psiquiatras. “Un amigo me dijo que su esposa estaba viendo a un psiquiatra por
motivos de ansiedad y depresión. Y una de las primeras cosas que el psiquiatra
le dijo es que hiciera una dieta libre de gluten. Esto se está yendo de las
manos. Cada vez nos encontramos con más casos de ortorexia nerviosa” —personas
que progresivamente se privan de diversos alimentos por creer que eso les
mejora la salud. “Primero, dejan el gluten. Luego el maíz. Luego la soya. Luego
los tomates. Luego la leche.
Al rato ya no les queda nada que comer; y más aún,
hacen proselitismo al respecto. Lo peor es lo que los padres les están haciendo
a sus hijos. Es cruel e inusual poner a los niños a una dieta libre de gluten
sin que el tratamiento haya sido indicado por un médico. La percepción de los
padres de que los niños se sienten mejor con una dieta libre de gluten es aún más
engañosa que la autopercepción”.• Concluye Green que a su oficina llega siempre
gente para dejarles muestras de productos libres de gluten. “Y en cuanto me los
como lo lamento. Me da taquicardia. Me dan náuseas. Porque ¿cuáles son las
cosas que venden comida? Sal, azúcar, grasa, y gluten. Si los fabricantes
quitan una, le añaden más de la otra para que el producto sea atractivo a la
gente. Si no tienes enfermedad celíaca, estas dietas no van a ayudarte”. Al
parecer la gente olvida que un pastel libre de gluten sigue siendo un pastel.
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