Por Andrés ZACA
NAYOTL
Teólogo
CHOLULA.- Mayo es el mes del rezo de
Santo Rosario, el mes de las flores. Porque durante este mes en todas las
iglesias se reza con devoción el Santo Rosario y los niños le ofrecen flores a
la Virgen María.
Como bien
sabemos solo hay una Virgen Santísima. Y se trata de María de Nazaret, una
mujer escogida por Dios para ser Su Madre. La Virgen María, sin embargo, se ha
querido dar a conocer en cada pueblo de una manera íntima, asumiendo en muchas
instancias características de la cultura y hasta de la raza. Así nos enseña que
ella, siendo Madre de Dios, es también madre de todos.
No se trata
de una encarnación de la Virgen, Más bien la Virgen, que está en cuerpo y alma
en el cielo, se aparece o nos obsequia con una imagen en la que se adapta a
cada pueblo para que la veamos como madres que es. Es un gesto de gran
delicadeza y cariño que nos revela su entrañable amor maternal. La Virgen es de
todos y a todos llama a renunciar al pecado y abrir el corazón a Jesucristo,
única esperanza de la humanidad.
¿Por qué el
mes de mayo? En el calendario litúrgico católico romano, mayo es
tradicionalmente el mes de María. En las enciclopedias marianas y en los
diccionarios mariológicos la única explicación que se da para la elección de
este mes en particular es que mayo es la época del año en que la primavera
resplandece, el clima es cálido y los campos empiezan a mostrar la llegada de
la creciente cosecha. Como la naturaleza en mayo, por así decirlo, despierta
después del invierno, así también la existencia cristiana refleja la revitalización
de la vida. A la Virgen María se la relaciona con la renovación de las cosas y
el comienzo de una nueva y fructífera estación.
Por todo lo
anterior comparto una reflexión en torno al mes mariano por excelencia, pues
como afirman los Obispos en Aparecida en el contexto de la V Conferencia
General de la Iglesia Latinoamericana (Brasil, mayo 13 al 31 de 2007): “María,
madre de Jesucristo y de sus discípulos,
ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado nuestras personas y
trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue
de su mano, bajo su maternal protección…” (DA n. 1).
Su
origen e historia en Occidente (Iglesia Latina), se da en el marco de las
celebraciones populares en honor a la “flora mater”, la diosa de la primavera. Fue en la Edad Media que se asoció el mes de mayo con María,
todo gracias a Alfonso X, El Sabio (1248). A lo largo de los siglos encontramos
una serie de propuestas celebrativas por medio de algunos ejercicios de piedad
mediante los cuales se va inculcando en los niños, jóvenes y adultos esta sana
devoción.
Ligado a la civilización agrícola, mayo el mes mariano
por excelencia, llega a ser el más importante de todos los meses, en
competencia con los “tiempos fuertes” del año litúrgico (adviento, navidad,
cuaresma, pascua). Convertido en una de las prácticas predilectas del pueblo y
realizado con fervor sincero, es una de las expresiones más importantes del
movimiento mariano que floreció en el período de la contrarreforma.
Si
bien el origen de esta práctica religiosa se dio en un
contexto “medieval” y
existía una desproporción en el culto, a veces
sin ningún fundamento doctrinal, no por ello podemos desconocer sus aspectos
positivos: puede ser un mes propicio como espacio pastoral para una muy buena
catequesis y para propiciar una mayor vivencia de los sacramentos; puede ser la
ocasión para que desde la promoción de los actos de piedad, se ponga de
manifiesto el nexo existente entre los misterios de María, los de Cristo y la
Iglesia.
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