Teólogo
CHOLULA.- En este artículo deseo
enfocar unos pocos temas que aparecen destacados en la Exhortación Apostólica
post-sinodal de Juan Pablo II: Christifideles Laici (CL). Citare ampliamente la
Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG). Juan Pablo II, comienza poniendo el
énfasis en la llamada divina del Señor, la vocación del hombre, citando la
parábola del viñedo. Los laicos están todos llamados a trabajar en el viñedo, y
el viñedo es el mundo y no hay excusa para no participar. El laico no sólo
forma parte de la Iglesia, es parte de la Iglesia -la Iglesia a la que se
refiere como "el sacramento universal de salvación (LG. n.48)”. Esto aclara
la enseñanza conciliar acerca de que el laicado no es un simple instrumento de
la jerarquía o de las congregaciones religiosas sino más bien miembros libres y
responsables de la Iglesia, llamados directamente a la evangelización en el
viñedo de este mundo.
El Concilio
Vaticano II, deja en claro que los laicos "tienen la capacidad para asumir
de parte de la jerarquía ciertas funciones eclesiásticas, que deberán
realizarse con un propósito espiritual (LG. n.33)”. Este compromiso es bueno y
necesario. Sin embargo, desafortunadamente en nuestro país esta idea ha
proliferado a causa de una interpretación errónea de los documentos
conciliares, en el sentido de que el laicado manifiesta su compromiso con la
Iglesia a través de la participación principalmente en funciones litúrgicas,
consejos parroquiales, posiciones en la iglesia, etc., más que en la familia,
el trabajo y en la vida política, social y cultural. En pocas palabras, en
algunos círculos se ha puesto énfasis en compartir el "poder" más que
en el servicio y en el concepto de que de alguna forma el laicado se integra
más en la vida de la Iglesia en la medida que sus funciones se clericalizan
más.
He aquí la
esencia de la espiritualidad en el lugar de trabajo. Están unidos a Cristo por
"la ofrenda que hacen de sí mismos y de sus labores diarias (CL. n.14)”.
"Por su trabajo, oraciones y labor apostólica, su vida matrimonial y
familiar, sus tareas cotidianas, descanso físico y mental, si se realizan en el
espíritu, y aún las pruebas de la vida, llevadas pacientemente, todo ello se
convierte en sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo
(LG. n.34)”. Todo esto debe unirse a la ofrenda de Cristo en la Eucaristía.
Los laicos
comparten la misión profética de Cristo mediante "su habilidad y responsabilidad
en la aceptación del Evangelio en la fe y su proclamación en el mundo de
palabra y obra, sin vacilaciones identificando y denunciando el mal
valientemente (CL. n.14)”. Por tanto en el caso de los laicos, el mundo no es
un obstáculo a la santidad, sino más bien una ayuda. No es cuestión de
despreciar al mundo o huir de él, sino que más bien, ordenar la bondad
intrínseca del mundo a la Gloria de Dios y al bien de las almas, a la vez que
respetando siempre la autonomía legítima del orden seglar, destacada en Gaudium
et Spes n. 36. Esta enseñanza conciliar es radical y debe ser absorbida
totalmente en la conciencia de muchos cristianos acostumbrados a creer que la
santidad es algo reservado para unos pocos. Están llamados a seguir el ejemplo
de Jesús que pasó treinta años de su vida trabajando y orando en el anonimato.
Sólo la
santidad puede cambiar al mundo: "Hombres y mujeres santos han sido
siempre la fuente y origen de la renovación en las circunstancias más difíciles
de la Historia de la Iglesia (CL n.16)”.
La vida
sacramental y de oración del cristiano, si bien debe anteceder a su vida
activa, tiene que estar íntimamente ligada a ella. Por tanto, la vida
profesional y familiar, vivida en la presencia de Dios, debería ser el
desbordamiento de la vida interior. Bastaría con que el cristiano simplemente
existiera, para cambiar el mundo, ya que en el acto de ser, está contenido todo
el misterio de la vida sobrenatural. Es la función de la Iglesia plantar esta
semilla divina para producir no simplemente hombres buenos, sino hombres
espirituales, es decir superhombres. En la medida en que la Iglesia cumple esta
función, le transmite al mundo una corriente constante de energía espiritual.
Un cristianismo sin espiritualidad es incapaz de cambiar nada.
“Los ojos de
la fe contemplan una escena maravillosa: la de una cantidad innumerable de
laicos, tanto hombres como mujeres, atareados en el trabajo de su vida y
actividades cotidianas, a menudo, lejos de la vista y de los aplausos del
mundo, desconocidos para los grandes personajes pero no obstante, contemplados
en amor por el Padre, jornaleros incansables que trabajan en la viña del Señor
(CL n.17)”.
El
apostolado es fundamentalmente individual, de persona a persona, es decir: un
llamado personal y un compromiso de santificar a los demás, comenzando por la
familia, y ampliando en círculos concéntricos cada vez más amplios para incluir
a los colegas, los amigos y los conocidos. La única limitante del apostolado es
la falta de vida interior o del celo apostólico: "Tal forma personal de
apostolado puede contribuir enormemente a la difusión más extensa del
Evangelio, por cierto puede alcanzar tantos lugares como alcanzan las vidas
cotidianas de cada laico fiel (CL n.28)”. Es más, sabemos que mediante el
trabajo ofrecido a Dios, las personas se asocian con la obra redentora de
Jesucristo, cuyo trabajo con sus manos en Nazaret ennobleció grandemente la
dignidad del trabajo. Qué mensaje más fuerte si bien sencillo, nos envía la
Iglesia; desafortunadamente aún no se ha transmitido en toda su fuerza y vigor
al laicado, quien podrían encontrar en este mensaje su propia espiritualidad.
Es
interesante dar énfasis a las virtudes humanas ya que ellas constituyen
precisamente lo que se necesita para unir lo espiritual con lo material en una
auténtica unidad de vida. "El laico fiel deberá tener también en gran
estima las aptitudes profesionales, el espíritu cívico cotidiano, y las
virtudes relativas a la conducta social, o sea, la honestidad, el espíritu de
justicia, sinceridad, cortesía, valentía moral; sin ellas no hay verdadera vida
cristiana (CL. n. 60)”. Resumiendo, existe una auténtica espiritualidad en el
lugar de trabajo y se presenta en las enseñanzas de la Iglesia. Esta
espiritualidad es profundamente laica, basada en un compromiso de santidad
mediante una lucha interior alimentada por la oración y los sacramentos. La
vida espiritual se integra y se completa en la familia y en la vida
profesional. Esta unidad de vida lleva inevitablemente a una evangelización no
sólo de los individuos mediante la amistad sino que también se extiende a
sociedades enteras y a toda una cultura. Todo esto requiere unión con la
jerarquía eclesiástica y una disposición para buscar la formación personal
necesaria para alcanzar la meta de la santidad personal.
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