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La espiritualidad que debe dar un laico en su lugar de trabajo

Written By Unknown on lunes, 13 de mayo de 2013 | 14:07

Por Andrés ZACA NAYOTL
Teólogo

CHOLULA.- En este artículo deseo enfocar unos pocos temas que aparecen destacados en la Exhortación Apostólica post-sinodal de Juan Pablo II: Christifideles Laici (CL). Citare ampliamente la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG). Juan Pablo II, comienza poniendo el énfasis en la llamada divina del Señor, la vocación del hombre, citando la parábola del viñedo. Los laicos están todos llamados a trabajar en el viñedo, y el viñedo es el mundo y no hay excusa para no participar. El laico no sólo forma parte de la Iglesia, es parte de la Iglesia -la Iglesia a la que se refiere como "el sacramento universal de salvación (LG. n.48)”. Esto aclara la enseñanza conciliar acerca de que el laicado no es un simple instrumento de la jerarquía o de las congregaciones religiosas sino más bien miembros libres y responsables de la Iglesia, llamados directamente a la evangelización en el viñedo de este mundo.

El Concilio Vaticano II, deja en claro que los laicos "tienen la capacidad para asumir de parte de la jerarquía ciertas funciones eclesiásticas, que deberán realizarse con un propósito espiritual (LG. n.33)”. Este compromiso es bueno y necesario. Sin embargo, desafortunadamente en nuestro país esta idea ha proliferado a causa de una interpretación errónea de los documentos conciliares, en el sentido de que el laicado manifiesta su compromiso con la Iglesia a través de la participación principalmente en funciones litúrgicas, consejos parroquiales, posiciones en la iglesia, etc., más que en la familia, el trabajo y en la vida política, social y cultural. En pocas palabras, en algunos círculos se ha puesto énfasis en compartir el "poder" más que en el servicio y en el concepto de que de alguna forma el laicado se integra más en la vida de la Iglesia en la medida que sus funciones se clericalizan más.

He aquí la esencia de la espiritualidad en el lugar de trabajo. Están unidos a Cristo por "la ofrenda que hacen de sí mismos y de sus labores diarias (CL. n.14)”. "Por su trabajo, oraciones y labor apostólica, su vida matrimonial y familiar, sus tareas cotidianas, descanso físico y mental, si se realizan en el espíritu, y aún las pruebas de la vida, llevadas pacientemente, todo ello se convierte en sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (LG. n.34)”. Todo esto debe unirse a la ofrenda de Cristo en la Eucaristía.
Los laicos comparten la misión profética de Cristo mediante "su habilidad y responsabilidad en la aceptación del Evangelio en la fe y su proclamación en el mundo de palabra y obra, sin vacilaciones identificando y denunciando el mal valientemente (CL. n.14)”. Por tanto en el caso de los laicos, el mundo no es un obstáculo a la santidad, sino más bien una ayuda. No es cuestión de despreciar al mundo o huir de él, sino que más bien, ordenar la bondad intrínseca del mundo a la Gloria de Dios y al bien de las almas, a la vez que respetando siempre la autonomía legítima del orden seglar, destacada en Gaudium et Spes n. 36. Esta enseñanza conciliar es radical y debe ser absorbida totalmente en la conciencia de muchos cristianos acostumbrados a creer que la santidad es algo reservado para unos pocos. Están llamados a seguir el ejemplo de Jesús que pasó treinta años de su vida trabajando y orando en el anonimato.

Sólo la santidad puede cambiar al mundo: "Hombres y mujeres santos han sido siempre la fuente y origen de la renovación en las circunstancias más difíciles de la Historia de la Iglesia (CL n.16)”.
La vida sacramental y de oración del cristiano, si bien debe anteceder a su vida activa, tiene que estar íntimamente ligada a ella. Por tanto, la vida profesional y familiar, vivida en la presencia de Dios, debería ser el desbordamiento de la vida interior. Bastaría con que el cristiano simplemente existiera, para cambiar el mundo, ya que en el acto de ser, está contenido todo el misterio de la vida sobrenatural. Es la función de la Iglesia plantar esta semilla divina para producir no simplemente hombres buenos, sino hombres espirituales, es decir superhombres. En la medida en que la Iglesia cumple esta función, le transmite al mundo una corriente constante de energía espiritual. Un cristianismo sin espiritualidad es incapaz de cambiar nada.

“Los ojos de la fe contemplan una escena maravillosa: la de una cantidad innumerable de laicos, tanto hombres como mujeres, atareados en el trabajo de su vida y actividades cotidianas, a menudo, lejos de la vista y de los aplausos del mundo, desconocidos para los grandes personajes pero no obstante, contemplados en amor por el Padre, jornaleros incansables que trabajan en la viña del Señor (CL n.17)”.
El apostolado es fundamentalmente individual, de persona a persona, es decir: un llamado personal y un compromiso de santificar a los demás, comenzando por la familia, y ampliando en círculos concéntricos cada vez más amplios para incluir a los colegas, los amigos y los conocidos. La única limitante del apostolado es la falta de vida interior o del celo apostólico: "Tal forma personal de apostolado puede contribuir enormemente a la difusión más extensa del Evangelio, por cierto puede alcanzar tantos lugares como alcanzan las vidas cotidianas de cada laico fiel (CL n.28)”. Es más, sabemos que mediante el trabajo ofrecido a Dios, las personas se asocian con la obra redentora de Jesucristo, cuyo trabajo con sus manos en Nazaret ennobleció grandemente la dignidad del trabajo. Qué mensaje más fuerte si bien sencillo, nos envía la Iglesia; desafortunadamente aún no se ha transmitido en toda su fuerza y vigor al laicado, quien podrían encontrar en este mensaje su propia espiritualidad.

Es interesante dar énfasis a las virtudes humanas ya que ellas constituyen precisamente lo que se necesita para unir lo espiritual con lo material en una auténtica unidad de vida. "El laico fiel deberá tener también en gran estima las aptitudes profesionales, el espíritu cívico cotidiano, y las virtudes relativas a la conducta social, o sea, la honestidad, el espíritu de justicia, sinceridad, cortesía, valentía moral; sin ellas no hay verdadera vida cristiana (CL. n. 60)”. Resumiendo, existe una auténtica espiritualidad en el lugar de trabajo y se presenta en las enseñanzas de la Iglesia. Esta espiritualidad es profundamente laica, basada en un compromiso de santidad mediante una lucha interior alimentada por la oración y los sacramentos. La vida espiritual se integra y se completa en la familia y en la vida profesional. Esta unidad de vida lleva inevitablemente a una evangelización no sólo de los individuos mediante la amistad sino que también se extiende a sociedades enteras y a toda una cultura. Todo esto requiere unión con la jerarquía eclesiástica y una disposición para buscar la formación personal necesaria para alcanzar la meta de la santidad personal.
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